lunes, 10 de noviembre de 2008

Con ánimo de ofender 1

Tomás no es más que otro de esos seres humanos que insisten en que esté siempre presente, cuando digo eso me refiero más bien a que me echan de menos sobre todo cuando tienen que pedirme favores, desde pedirme que gane su equipo de futbol o que por favor lo curase de un resfriado. Aunque muchas veces también se acordaba de mí cuando estaba en el cuarto de baño, cosa que me molesta más, pero en fin… Esta criatura, es una creación mía, pero como a veces se me escapan “pequeños defectos” como por ejemplo ser una persona muy corrosiva, tanto que al trabajar de crítico en el periódico local, no le basta con hablar mal de los sitios donde va a comer y ponerle notas o incluso hundirlos como la mayoría de veces, pero también se lleva el trabajo a casa, quiero decir que sigue tratando mal a la gente y hablando siempre mal de todo el mundo, todos menos él claro. Ahora recibí una nota del distrito de moral y creo que tendré que funcionar como consciencia durante un par de meses porque la suya la perdió de pequeño porque la puso en evidencia.

Para ser de los críticos con más censura dentro de la sociedad de hoy en día, lo cierto es que me sienta muy bien, quiero decir que no me quejo por el momento. Tengo una mujer que me adora y una hija, creo que en realidad son las que me conocen y entienden en realidad.

Mi esposa, pareja o como lo queráis llamar, la bautizaron con el nombre de María Micaela, pero para abreviárselo un poco, la llamo Mimí; ella es, como buena profesión que tengo os haré un ejemplo, un festín para cualquier paladar, es una mezcla entre uva negra, queso curado y vino tinto, es una mujer fuera de serie que, aún ahora después de casi catorce años me cuesta mucho el despegarme de sus labios carnosos y jugosos, su mirada para mí sigue siendo como un laberinto en el que me pierdo tan solo entrar, en definitiva es mi señora.

A mi hija, en cambio, la llamamos Ángel, porque al ser lo mejor que nos ha pasado en la vida… lo cierto es que no simplemente es por eso, hay otros motivos como por ejemplo el que Mimí sea muy religiosa y según ella, bueno y de la gente que lleva el registro de nombres, según ellos creo que decían algo como que los ángeles son asexuales, para quien no lo entienda eso significa que esos niños rubios con alas que suelen estar en cielo alrededor de blancura y perfecta inocencia no tienen sexo, no digo entre ellos, eso no sé muy bien como iría, pero digo que no hay ni machos ni hembras como en los animales urbanitas que creo que somos nosotros, los humanos.

Ahora en cambio estoy esperando en un restaurante más bien tirando a cutre para poder hacer comentarios sagaces o soeces, según el punto de vista desde donde se mire. Entonces empezaremos: El cartel de la entrada, en vez de anunciar un restaurante, parece sinceramente que anuncia unos lavabos o una zona privada dentro del establecimiento. En el recibidor o entrada había una bandera, que para nada recordaba a la bandera italiana, comentario que añado porque el restaurante sirve comida italiana, en cambio ondeaba una yugoslava o croata, no sé exactamente que me recordaba, pero era de Europa del Este seguro… sinceramente era un punto de suerte a su favor porque a mí me gustaba que me sorprendieran con las habilidades de cualquier cocinero y en ese caso también me gustaba la imaginación de cualquier persona. Había más detalles, siempre los hay ¿cómo no? Pero no apunté ninguno más porque yo soy crítico culinario, para nada interiorista, eso se lo dejo, sinceramente a mi mujer porque es una cosa que le encanta, le encandila. Si por mí fuera aún viviríamos entre los muebles que mis padres nos regalaron, son ese tipo de muebles que ahora se hacen llamar arte retro, que viene a ser lo mismo que amontonar muebles antiguos que no sirven para nada más que para acumular polvo, menos mal que a mi mujer le gusta el modernismo y para nada eso de ir coleccionando, o mejor dicho amontonando trastos que no servirían para nada en un futuro.

El camarero, un tipo más bien tirando a seco, me miró de reojo. Tardó como diez segundos en darse cuenta de quién era en realidad, en ese momento se le abrieron esas cuencas que tenía y salió corriendo hacia la cocina. Al abrir la puerta, me dejó ver por un momento la estancia que, para nada era espaciosa, era más bien pequeña por no decir diminuta, llena de porquería alrededor de los fogones, encima de las ollas había gente fumando mientras preparaban un caldo que por lo que supuse sería lleno de colillas de alguna marca extranjera, ese es el ingrediente secreto, pensé. Pero seguí observando y pude ver que la grasa se estaba incrustando de tal manera en los azulejos de aquel infierno que no dejaba ver el color de las paredes, algunas eran verdes y otras tiraban a un amarillo huevo con restos de un producto que no alcanzaba a imaginarme, entendedme tampoco lo intenté, porque solo pensarlo me entraban arcadas. Estos chicos tienen suerte por segunda vez, dudé, pero asentí para mis adentros porque me dije, menos mal que soy periodista y no un hombre que trabaja para sanidad.

El ambiente en la cocina hervía por el bullicio de mi sola presencia detrás de ese umbral donde se sentían tan seguros, donde nadie los molestaba, donde estaban protegidos pero, sinceramente el lobo los había ido a buscar. Mucha gente me conocía como un desalmado, cuando en realidad tenía ganas de ayudar al prójimo, aunque nunca se me presentaba la ocasión, ese día presentaba ser del mismo modo desastroso desde la mirada del dueño, claro está.

Las ciudades están llenas de personas, gente que pasa al lado de otra y que encima de las cabezas cada una de esas almas son atendidas por pequeñas llamas que identifican las emociones que siente cada una de ellas, en ese momento, en el instante en el que Tomás esperaba la atención de los que trabajaban en ese restaurante. Su llama, en ese preciso momento brillaba de un color rojo bastante intenso, eso me daba a entender que estaba eufórico, no cabía en sí mismo, además el brillo de su emoción se trasmitía en la mirada.

Estuve esperando como cinco minutos en el otro lado de la puerta, cuando de pronto apareció otro tipo que no había visto aún. Este iba vestido como un pingüino, llevaba pantalones negros con una americana a juego y debajo de toda esa ropa se encontraba una camisa de un blanco deslumbrante que dejaba ver unas letras que rezaban con el nombre de Mihael, muy italiano pensé, cada minuto que pasaba en ese sitio no sabía muy bien con que me sorprenderían, pero estaba ansiando descubrirlo dentro de poco. El chico apareció delante de mí y me fijé perfectamente en que sus rasgos eran más bien toscos y angulosos, medía como unos dos metros y pico, era tan ancho como para parecer la puerta principal de cualquier centro comercial, en vez de camarero parecía gorila de discoteca, nada más.

-Buenas noches señor- su acento era muy forzado pero, sus modales no. Me tendió la mano, en la que pude ver el sufrimiento que tuvo que pasar para llegar a buen puerto, lejos de un hogar. Después de los saludos, los estrechamientos de manos y todas esas cosas que lleva a un buen protocolo, me miró fijamente, con lágrimas en los ojos y añadió- por favor señor no nos cierre el local.

No se me da muy bien mentir, así que lo estuve mirando durante cierto tiempo.

-Tranquilo… mira tengo una idea, elige una buena mesa y recomiéndame la especialidad de la casa, no de esas que salen en la carta, si no de las que cenáis vosotros, los empleados por supuesto. Gracias a eso igual podéis traficar con lo que quiera Dios que “trabajáis” para ganaros el pan.

-Nosotros no trapicheamos como dice usted señor Castaño, somos buena gente y nos ganamos a base de sudor y lágrimas el pan que tú, ahora mismo has manchado con sus insinuaciones.

-A ver era Mihael ¿no?- el gorila asintió asustado, aunque me dejó continuar con mi discursito- Yo soy un periodista respetado por el público y temido por los dueños de ciertos “baretos” que se hacen llamar restaurantes en realidad. A la gente que me sigue no les puedo mentir, en otras palabras, no sería ético y por mi parte quedaría poco profesional, añado.

-Tú eres persona mala- contestó el camarero corpulento llorando como un niño pequeño.

-No llores Mihael, no vale la pena, no vale la pena, hay un dicho en español que dice de esta manera “las verdades ofenden”- sonreí, pues no podía hacer nada más.

El camarero o lo que fuera me acompañó a la mesa donde me senté rodeado de fotografías que parecían sacadas en los años veinte, parecían que estaban sacadas en una playa o algo así porque llevaban bañadores bastante anticuados. En alguna que otra se podía apreciar la presencia de algún famoso de la época tipo Frank Sinatra y al lado estaba Mihael, sonriendo, cosa que conmigo no conseguía, entonces pensé que el Photoshop igual que Internet son unos inventos bastante buenos en la época de hoy en día, en otras palabras no me creo que un cantante de la talla de Frank llegara por casualidad a un tugurio que se encontraba donde Cristo perdió los zapatos, pero no me llaméis escéptico ni nada parecido, pero es que Mihael tenía el mismo aspecto y no era muy normal eso, porque el local llevaba abierto desde hace tan poco que los servicios todavía olían a nuevos, porque hacía como una semana que habían abierto ese local, mirara por donde lo mirara olía a tapadera, pero yo era el malo en vez del realista.

Mientras miraba el “paisaje” que me rodeaba, me di cuenta de que en la mesa de al lado había una pareja de avanzada edad, digo eso porque tenían muchas arrugas, pero estas se acumulaban al verme sentado y reconociendo el “territorio”. Mi cuaderno de notas aún estaba reposando en el bolsillo izquierdo de mi chaqueta, lo digo porque noté una leve opresión donde se encontraba la libreta, como si quisiera que escribiera algo en ella, palpé los demás bolsillos que tenía en mi atuendo y no encontré nada con lo que escribir ni bolígrafo, ni estilográfica e incluso pensé en alguno de los lápices que me mete Ángel, mi hija para jugar, pero tampoco, no tenía nada, así que tampoco podía escribir, tendría que aguantar sentado y portándome bien mientras esperaba al camarero a que me trajera el plato que esperaba con no mucha ilusión, le pediría un bolígrafo o algo por el estilo, y cuando me preguntara para qué necesitaba eso, Dios sabe que le contestaría, porque lo que soy yo no lo tenía muy claro, no sé mentir y mucho menos ser amable…

Tuve que esperar otros diez minutos para que me trajeran el dichoso plato, cuando me lo sirvieron en la mesa, enfrente de mí, digamos que echaba humo, vamos que lo hicieron al fuego y por lo que el vaho me contaba “eso” que se encontraba en el plato quemaba. Total que tenía que esperar otros diez minutos para que estuviera más a temperatura comestible, no ambiente, resumiendo, me estaba cansando de la situación de dejar a mi mujer y a mi hija en casa para ir a un sitio que no traía nada bueno tras de él. Me fijé en otras parejas, ninguna me decía nada a parte de “márchate que no lleva nada bueno el que estés aquí”, pero seguí en el sitio, tenía curiosidad por probar cosas nuevas y, si encima están buenas, mejor. Así que me aventuré a empezar, al menos a cortar para que se enfriara más rápido, pero según iba cortando me subía un tufo a putrefacción, supuse que estaba hecho con plantas raras que olían un tanto raro, pero seguí cortando y encontré un hueso, en medio del plato había una parte de persona o animal, pero me daba asco y no seguí comiendo, en su defecto me fui en dirección al cuarto de baño, para devolver lo poco que tenía en el estomago.

Al entrar por la puerta del servicio, encontré a mi mujer con una pistola apuntándome a mí, mientras lloraba desconsolada.

-¿Qué haces aquí?- preguntó ella.

-Tenía que hacer un reportaje no te acuerdas que tenía que hablar sobre un restaurante italiano.

-Este restaurante no es italiano.

-Sí, creo que me he dado cuenta, pero una cosa es cierta el GPS del coche me llevo hasta la puerta de este local de mala muerte, que tienen por restaurante de puta madre. Cambiando de tema ¿qué coño haces en el servicio de hombres con un arma apuntándome en la cabeza?

-No es por ti, es por mí- acto seguido mi mujer cogió el arma con más decisión y se apuntó directamente entre las cejas y se disparó, dejando un rastro carmesí detrás de su cabeza o lo que antes era su cabeza, no estoy muy seguro.

Me desperté sobresaltado de la cama, estaba sudando. Bueno vale, os explicaré la verdad, mi mujer murió hace como tres años, se suicidó, se pegó un tiro en la cabeza, aún no entiendo la explicación, porque soy la alegría de la huerta, pero las cosas andan de cualquier manera, en mi caso, sigo teniendo a mi hija bajo mi tutela hasta los dieciocho años, aunque me quede poco como tutor porque cumplió el otro día dieciséis, dos años son dos años al fin y al cabo.

Pensando sobre la niña, me levanté de repente para ver cómo estaba, de lo rápido que me puse en pie me mareé, no me puse ni las gafas y que menos encender la luz que teníamos en el pasillo. Fui paseando a tientas en la oscuridad, hasta darme un trastazo en el dedo gordo del pie, porque no me puse, ni que decir las zapatillas de estar por casa, una mala costumbre, añado. Seguí recto por el pasillo hasta que pude vislumbrar allá, a lo lejos una luz mortecina, eso me decía que mi Ángel estaba hablando con alguna amiga o amigo o alguna cosa que necesitara tener la lamparilla encendida. Seguí hasta que pude ver lo que se encontraba al otro lado de la puerta y en efecto vi todos aquellos peluches que fue amontonando desde pequeña, muchos de ellos ya tenían ojos que se estaban descosiendo y otros que no se percibía el blanco del peluche en sí. Metí un poco la cabeza para poder verla a ella y la vi sentada en la cama mirando la pantalla del portátil, ella notó mi presencia porque enseguida apartó la vista de la pantalla y me sonrió diciendo:

-Buenas papá ¿otra de tus pesadillas?- asentí- ¿Qué tal va todo?- hice además de levantar los hombros- Joder aún no puedes hablar, es cierto.

Si, tiene gracia que tu propia hija te censure, solo porque me meto con los demás, según ella dice que juzgo a la gente nada más mirarla, según mi punto de vista, soy realista, ella es la inocente muchachita que si no empieza a pensar como yo, todo el mundo se reirá de ella de mala manera.

Me censura cuando dice que al no conocer a nadie no hable, y lo más malo de todo esto es que tengo que estar un mes sin hablar de nada, simplemente tengo que escuchar y obedecer, soy como esos presos domiciliarios que tienen un radio de según el tamaño que tenga la casa, una vez pisada la línea, FALTA, y tengo que volver a hacer lo que he hecho hasta el momento, o sea nada.

Esta última vez, es cierto que me pasé un poquillo tal vez. La situación es la siguiente: yo estaba hablando por teléfono con Emilio un compañero de trabajo que luego os hablaré de él, vale la introducción puede ser esa. Imaginaos que habláis por teléfono en una cola del Mercadona o Dios sabe que otro supermercado y de cajero hay un hombre de color, tu hija mientras te mira, porque te conoce y sabe que alguna de las tuyas harás, pero tú mantienes el tipo. El problema llega cuando tú te das cuenta de que ya pasa de la hora en la que habías quedado y te empiezan a venir las prisas, al cajero las torpezas y entonces, en ese mismo momento es cuando tu lengua, junto con la boca, te juegan una mala pasada y te hacen decir “venga hombre que esto es como recoger algodón, una vez aprendes nunca se olvida”, vale me pasé, de hecho aún ahora le doy vueltas a la situación y no sé porque la gente me miró raro en ese momento.

Así que tengo que estar un mes sin hablar, tengo una hija que es un sol y es tan buena que se mete en mi vida, me censura ¿no os habéis preguntado nunca que gracia tiene el ver a un periodista sin criticar? Pues yo destaparé esa incógnita, ninguna. Además si os digo la verdad utilizo estos meses en el silencio para pensar en lo que hubiera pasado si no hubiera dicho esas cosas… seguro que las hubiera dicho peor.

-No te olvides que mañana tienes que ir a ver al doctor Alférez.- Volví a asentir.

El doctor Alférez era mi psicólogo, pero tampoco podía hablar en su consulta porque, como dice el dicho, todo queda en familia, era mi cuñado Eugenio Alférez, que entre él, y Ángel me sacaban de quicio. ¿Qué cómo lo hago? Pues me siento enfrente del hermano de mi mujer, saco la libreta de notas que llevo en mi bolsillo izquierdo en los pantalones y el lee todo lo que pienso, luego yo como un bobo, espero a que me haga rezar dos Ave Marías, o lo que sea que recomiendan los psicólogos y listos, no hay más.

1 comentario:

Ana M. dijo...

Ante todo, gracias por pasarte por mi blog...ya eres la segunda persona que me ha leído! :P...Te vuelvo a agradecer; por pararte a meditar, por darle importancia y por ser una de esas personas que con unas cuantas palabritas, dan aliento...Intentaré no escribir cosas tan deprimentes, lo iré consiguiendo poco a poco, sólo m falta seguir viendo luz...
Me gustó mucho lo que leí en tu rinconcito, prometo seguir leyendo, así desconecto y me quedo con las ganas de saber qué pasará con ese misterioso periodista.

^^.Muack!