A |
lfonso había cambiado de verdad, ya no era tan activo como antes y ahora, a la hora de ayudar, en vez de ser amable y comprensivo como antes, ahora era más bien tirando a desagradable y bastante mal hablado. Que siguiera llorando, puede ser, pero por otros motivos. Digamos que la histeria y otros sentimientos de culpa lo carcomieron de tal manera que el pincel, punta fina y la imaginación lo abandonaron por completo, o al menos eso creía porque, para empezar ni se preocupaba por los demás, tú le tenías que llamar para saber algo de él. Así que no tuve más remedio porque era Alfonso y lo raro era no saber de él.
-Buenos días ¿estaría Alfonso?
-Sí, soy yo ¿quién quiere saberlo?
-Alfonso, soy Armando. Quería saber cómo andas.
-¿Para qué, para mofarte, no es así?
-No, simplemente porque el otro día te vi mal.
-Mira Armando puede que el otro día estuviera mal, pero es que hoy me pillas con mucho trabajo entre manos.
-¿Algo que tenga buen aspecto?
-Todo son mierdas, pero bueno algo sacaremos.
-¿Y tu padre?
-Ya ni se acuerda de quién soy yo, así que mira como está el panorama.
-Te veo tenso ¿quieres que quedemos?
-Sí, quedemos, así me haré una idea de cómo es la sociedad en estos meses que he estado aquí, encerrado en mi taller. Quedemos a las siete en el paseo del Borne.
-Ok.
Llegadas las siete llegué al paseo del Borne, donde se empezaba a ver el principio de un Septiembre que se presentaba con lluvias y tormentas varias, las calles estaban llenas de charcos y las hojas daban una paleta de tristeza a la historia mallorquina de la cual me trajo recuerdos. Alfonso estaba esperándome en el kiosco que estaba cerca del McDonald’s, comiéndose un helado de nata, para no perder la costumbre.
-Buenas tardes Alfonso.
Él lo único que hizo fue alzarme la mano en plan “sí, ya te he visto, no pretenderás que deje de comer helado por ti ¿verdad?”, era raro eso en él, pero bueno tal y como le iban las cosas, lo raro es que no se hubiera ido de casa, dejando mujer e hija en las puertas de unos suegros alemanes.
-¿Qué te cuentas?
-Creo que todo lo que me cuento, te lo he contado ya por teléfono- había algo que se me escapaba de las manos- además, ahora ya andas muy liado como para que alguien te llame y te encuentre libre.
-¿Por qué dices eso?
-Porque espero que te des cuenta de que ser yo es más cansado de lo que parecía en un principio.
-Sí, es cierto pero también tengo mis recompensas. Por ejemplo, he vuelto con mi mujer.
-Ya, sí, bueno es verdad cuando dicen que los hombres son los únicos animales que tropiezan dos veces con la misma piedra.
-No me faltes al respeto.
-No lo digo por ti, bueno sí, en parte ¿sabes por qué te he citado aquí?
-No, dispara.
-Observa quien sale del McDonald’s dentro de- miró el reloj- cinco segundos.
Salían Inés, mi Inés con el tío con el que estuvo viviendo tanto tiempo cogidos de la mano, como si lo que hubiera pasado no era más que pura habladuría.
-¿Desde cuándo lo sabes?
-Desde hace… ¿cuánto tiempo hace que has vuelto con ella?
-No sé unos cinco meses.
-Pues entonces unos cuatro meses, más o menos.
Estaba rabioso, esta visita a Alfonso, me costaba por segunda vez el matrimonio, le empecé a dar vueltas a la sesera, para encontrar algún tipo de información para que pudiera reciclarla, pero no encontraba nada a lo que aferrarme, así que lo dejé correr, interesarme por otras cosas, mis amigos, etc. Dejar correr, que el tiempo dijera que estaba pasando como para que yo no me hubiera percatado de antes.
-¿Quieres ir a algún sitio?- preguntó Alfonso.
-Sí, tú no tienes ningún ático ¿verdad?
-No, pero ¿por qué lo quieres saber?
-Es que ahora me iría de perlas para poderme tirar en caída libre, para borrar todo tipo de problemas conyugales.
-¿Sabes? Elegiré por ti. Vayamos a mi taller.
Aún le estaba dando vueltas a la sesera, esperando que me pudiera responder yo mismo, algo con lo que no darme de bruces en cuestión como abrir la boca cuando no debía o algo por el estilo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario