domingo, 28 de diciembre de 2008

Con ánimo de ofender 4

Después del segundo sueño empecé a pensar a ver qué estaba pasando en mi cabeza, todo absolutamente todo me iba de maravilla, tenía una hija que me quería aunque no demostrara su amor por mí, era viudo. Ahora que lo veo de esta desde este punto, tampoco es tan malo estar solo, sin una mujer a la que aguantar, me refiero a una fija, si nos páramos a meditar, quizás con una mentalidad un tanto mórbida, por llamarlo de alguna manera, la viudedad, te abre unas puertas que cuesta mucho retenerlas todas juntas. Para que os hagáis a la idea, un hombre en estado de viudez, entra en cualquier club, se sienta en la barra de cualquier bar y cuando hay alguna chica interesada en él, ella la mayoría de veces le pregunta “¿qué hace un hombre como tú en un cuchitril como este?” a lo que el hombre sin ningún compromiso ni mentira le contesta “mi mujer me acaba de dejar, ha muerto”, ella en seguida, te abraza y te dice “ lo que necesitas es cariño” y acto seguido, tú derrumbado caes y te olvidas de porque estabas bebiendo y te agarras a otro tipo de cosa por llamarlo de alguna manera, lo digo porque no todas son guapas, pero a falta de cariño buenas son feas.

Los divorciados, también han intentado la misma treta, pero siempre hay alguien conocido de una tercera persona que conoce a su ex pareja y les jode todo el plan, estos siempre acaban o bajo las sabanas… de un hospital o pasando frio en el portal de una casa, donde se creía, habría sexo, pero tan solo hubo nada.

Sé que hay gente que pensara que no todos los viudos tienen el mismo magnetismo, cierto, pero hay casos especiales, uno por cada edad en la que te pille. Por ejemplo, mi abuelo Raúl, un buen hombre, se quedó viudo a la friolera de setenta y cinco años ¿qué hizo? No se deprimió, busco una sustituta para mi abuela, después de pasar cincuenta y ocho años juntos lo normal era buscar una que le tomara el relevo. Vale, los abuelos no van a un bar, pero si van a cruceros del inserso y cosas de esas, allí aprovechaba ya que, por suerte o por desgracia hay mas viudas que viudos, mi abuelo siempre arrasaba, hasta que decidió estar con una tal Magdalena de unos ochenta años, el noviazgo no duró mucho porque mi abuelo murió al poco de conocerla, pero se fue con una gran sonrisa en la boca. Los jóvenes que se quedan viudos, son más raros estos suelen romper el hielo, en plan “eh, nena adivina”, la mujer perpleja se queda quieta y el muy imbécil suelta “tengo un hueco en mi cama, más o menos de tu tamaño, mi mujer ya no está durmiendo conmigo así que tendrás que darme calor ¿crees que podrás?” hombre antes de que acabe la frase solo le suele dar calor en una parte del cuerpo, para ser más exactos en la cara de una buena bofetada. Y por último, están los viudos prematuros que no son jóvenes, son esos a los que matan sin querer a su mujer por amor o más bien por rabia, nunca se ha llegado a comprobar en una autopsia, el forense es idiota a veces, en los moratones de los ojos o incluso en los agujeros que el cuchillo a dejado a su paso, se puede identificar si es por amor o por simple odio, estos suelen cambiar a una mujer por un sopla nucas, un triste final para un hombre.

Estaba en mi casa sin saber que hacer exactamente y la temporada de dejar de hablar había terminado hacía exactamente quince minutos y veinticuatro segundos, si ya sé que puedo parecer un poco perfeccionista pero es que no sabéis lo que es estar un mes sin hablar. Me armé de valor para llamar a Eugenio, al fin y al cabo era mi médico, él sabría más que nadie que hacer. Cogí el teléfono, marqué, el chisme no daba más señales que un simple pitido y así como unas cinco veces hasta que me harté y colgué indignado. Estuve merodeando por la casa, con esas pantuflas que todo buen hombre alguna vez en la vida a tenido y no hice mucho más aunque me sentía como un chico llamando a una chica para llamarla para que tuvieran una primera cita, me acercaba al teléfono y cuando estaba a unos escasos centímetros de él, retrocedía sin más como si el dichoso aparato electrocutara, finalmente lo volvía llamar pasados quince eternos minutos y esta vez al segundo pitido:

-¿Sí, quién es?- era la voz de Leticia, tenía que actuar con naturalidad, sin que notara que la echaba de menos.

-¿Está tu marido? Ya sabes el doctor- eso en nuestro lenguaje, Morse o no era “repetiría lo de ayer por la noche”.

-Sí, ahora se pondrá- eso solía ser “yo también”.

Tardó como dos minutos de reloj para ponerse al interlocutor, cuando se puso lo único que conseguí fue:

-¿Tu hija no te había prohibido el habla?

-Claro pero todo termina, incluso el estar callado.

-De acuerdo, entonces ¿qué quieres a las doce y media de una noche perfecta?

-Sinceramente, había pensado hacer una terapia, pero de las de verdad, ya me entiendes, hablando los dos.

-¿Hoy? Justamente hoy no puedo, tengo pacientes hasta las tantas… a no ser que te quieras venir conmigo, que aún así tengo menos de una hora.

-Menos de una hora va bien, total tampoco tengo nada importante que decir.

-Eso dicen todos, pero al final resulta que son maniacos depresivos la mayoría de ellos.

-Vale, entonces ¿a qué hora puede quedar su majestad?

-A las dos ¿te va bien?

-Si es contigo sabes que no, pero no me queda más remedio ¿dónde siempre?

-Si, donde siempre, como se nota que empiezas a hablar, voy a tener que hablar con tu hija.

-¿Para qué?

-Para que te compre un bozal cada vez que salgas a la calle.

Eso, precisamente por comentarios como ese, eran los causantes de que no quisiera ver a mí cuñado en una comida que normalmente dura unos cuarenta y cinco minutos aproximadamente. Pero lo cierto es que necesitaba ayuda y rápido, las comidas de tarro estaban yendo acompañadas de pesadillas varias y eso no me gustaba mucho la verdad.

Al colgar el teléfono me di cuenta de que me encontraba solo, lo único que me unía con mi familia únicamente era unos antiguos álbum de fotos, donde éramos felices antaño, así que me puse a mirarlos y entonces fue cuando la nostalgia me vino a visitar, me di cuenta de que me gustase o no, el tiempo iba pasando y con él yo me estaba consumiendo. Ángel, muchas veces entre semana llegaba a altas horas de la noche, lo cierto es que ni se lo saco en cara, yo haría lo mismo a su edad y con ese horario flexible que le daba el estudiar una formación profesional, sus estudios, junto con Gus era lo más importante en la vida de mi hija, yo estaba en último lugar, pero aún así, se preocupaba.

Abrí un álbum de fotos de color azul, en el cual creo que se veían nuestros primeros años, nuestras primeras aventuras, nuestros primeros pasos, unos años felices la verdad, pero que duraron poco, porque no tardamos mucho a cambiar, casi todo por mi culpa, por mi manera de ser, digamos que con los años me volví mucho más reservado que cualquier otra persona, pero Mimí brillaba por su manera de ser y su simpatía. Me di cuenta de que a medida que iba pasando las páginas de ese libro a base de postales donde éramos nosotros los protagonistas me iba dando cuenta de que mi cuñado, en muchas de ellas aparecía entre las sombras con unas gafas que parecían más bien gafas de bucear que no de ver, eran enormes y con una montura de carey negro que daban más ganas de pegarle en plan “mira allí tienes un empollón” que otra cosa. Mientras estaba mirando esos momentos, históricos muchos ya, oí que se abría la puerta dejando entrar a la fiera de mi hija ya de buena noche cagándose en todo lo que tenía delante de sus ojos:

-Gustavo es subnormal, no pobrecillos, ellos no tienen que pagar el plato roto de otra persona, ya tienen bastante a cuestas, es tonto del culo- dijo completamente enfrascada en sus pensamientos.

-¿Qué ha hecho ahora?

-Pues lo de siempre, que se aprovechan… un momento ¿se puede saber desde cuando hablas?

-Veremos son la una menos cuarto de un día laborable, exactamente día 27 de Noviembre y contando con que me metí con ese cajero del supermercado el 27 de Octubre, creo que ya ha pasado el mes así que, bienvenida a casa cariño.

-Genial ¿te apetece que te arregle una cita con alguna mujer?

-Me apetecería, siempre y cuando fuera normal, porque, no es por nada pero tus amigas muy listas no son.

-Ya, pero te presento un tipo de mujer que se te parezca en algo.

-¿Y en que se parecen a mí?

-En que todas y cada una de ellas siempre miran por su bien y no se dan cuenta de que hay más gente a su alrededor, gente tan despreciable que no se puede juntar con otra gente a no ser que sean idénticos ¿ahora entiendes por qué son tan raras las mujeres que te elijo?

-Eso hija, en cualquier otro país te hubieran colgado por decir una cosa de esa manera y seguir con la cabeza bien alta.

-Ya, pero como soy tu hija y no dirás nada- me señaló con la mano en forma de pistola y me lanzó un guiño, para después seguir con su cometido- ¿qué haces?

-Nada, simplemente estaba mirando viejos álbum de fotos en los que, te lo creas o no, salía riendo.

Mi hija me miró perpleja, sin entender muy bien lo que le estaba comentando, pero al entender que yo también tenía la lengua bífida como ella se echó a reír y se acurrucó a mi lado como si quisiera escuchar todo lo que le tenía que decir.

Le comenté las cientos y cientos de historias que escondían esos pedazos de papel, todo lo que ella no recordaba y a mí, aunque me cueste admitirlo, echaba en falta. Salían miles de amigos de los cuales el tiempo ya dejó atrás, no porque murieran, si no porque me volví tan ocioso y competitivo con todo que en cierta medida me torné autodestructivo derrumbando cada uno de los muros que me unían a nuestros amigos, digo nuestros porque eran conocidos de Mimí y muchos otros colegas míos, algunos de ellos aún pensaban que mi mujer, en paz descanse, se voló los sesos por mí, cuando yo sabía a ciencia cierta que ella me prometió que no fue culpa mía, porque ella lo dijo.

Ángel en cambio, parecía que disfrutaba, sentada en mi regazo, como cuando era niña, con la única diferencia de que ya era toda una mujer y que si algún vecino con mala idea nos hubiera visto en ese momento daría tanta chicha el morbo como en su tiempo lo dio Lolita, bajo las manos de un Vladimir Nabokov bastante erótico por llamarlo de alguna manera. Pasaron horas hasta que el día entró en lo que era nuestra sala de estar, donde estábamos sentados, fe allí cuando toda esa inocencia, toda esa perturbación o vuelta a la normalidad, se quebró.

-Papá ¿por qué no miras de volver a ser como antes?

-Ya lo soy, hija tengo mis momentos, aunque más escasos, son más elaborados.

-Habla con los abuelos, ellos siempre piden por ti y solo hacen que hablar conmigo para saber cómo estas desde la muerte de mamá.

-¿Los abuelos? ¿Te refieres a esas dos personas que según creen yo tuve algo que ver con la muerte de tu madre?

-Nunca han dicho eso, simplemente quieren estar a tu lado, apoyarte, darte cariño… Por no acercarte no te acercas ni a la tía Leticia, la cual también se preocupa por ti- Si tú supieras hija lo mucho que me acerco a ella…- Intenta conocer gente, salir ver mundo, no comértelo, como sueles hacer con tu mal humor.

-¿De verdad crees que soy tan ogro? Ahora me siento herido.

-Joder pues claro, incluso más de lo que piensan otros, ya sé que tú tienes sentimientos pero no los demuestras, te has vuelto huraño y un poco sociópata algunas veces. Ahora me tengo que marchar he quedado con Irene para ir de temprano a la biblioteca, si quieres luego hablamos de este tema, hasta luego papá y mejórate- se acercó para darme un beso en la mejilla y salió corriendo dejando la puerta abierta.

-Eso márchate ahora que tienes porqué correr, que no te detenga nadie, déjame solo y abandonado- por mucho que chillara nadie me hizo caso, lo chulo de este momento es que me di cuenta de que era un poco patético, así que me quedé sentado en el sillón, algo resentido por tantas horas que había pasado en él y envuelto de buenos momentos, muchos de ellos ya olvidados.