martes, 25 de noviembre de 2008

Con ánimo de ofender 3

Últimamente me despierto con una serie de achaques que no son normales, me miro en esa especie de reflejo al que todos llamamos espejo y lo único que veo en él es una burda imitación de un hombre deteriorado por la edad. Mi cara a la que viene siendo la parte de mi cuerpo que más enseño, es un cuadro de Picasso, todo lleno de trazos y pinceladas sin que una cosa pegue con la anterior, etc. Las gafas que ya necesito para ver más que de adorno, como muchos otros hombres de mi edad que conozco, mis ojeras a las cuales no menciono, pero ya se preocupan ellas de salir ya. Mi rostro es, ahora que lo miro con detenimiento, lo más vergonzoso de mi cuerpo, si pudiera pasear por el mundo sin esa cosa que tengo encima de los hombros… Pero es que por otra parte pienso y digo sin ella no podrá ser yo, porque claro en esta vida todos pensamos somos como somos por el cerebro, nuestro motor, en mi caso debe ser un deportivo, porque como tengo una manera de pensar única… soy bueno y sin prejuicio ninguno.

Pero claro sigo pensando que la noche anterior cuando vi a Ángel en su cama con el portátil descansando en las rodillas, me recordó a su madre, en esa mujer de la cual me enamoré perdidamente. Si me paro a pensar, también es la primera mujer que me ha dejado por una causa bastante razonable… porque se mató, no es gracioso, pero es la realidad. No os voy a dar la murga con ese tema, de momento, ahora tengo que seguir mi pauta. Estábamos hablando del parecido de mi hija con mi mujer, resumiendo, idénticas.

Incluso en el carácter, las dos eran muy fieras y siempre prefería uno tenerlas de su bando porque el que se ponía en el lado contrario acababa llorando a algo peor a veces, los días más tranquilos son cuando ella tiene la regla, son los tres o cuatro días más tranquilos incluso se puede hablar con ella sin que aparezcan por en medio palabras como “joder” o “me cago en la puta”, todo por su parte, yo nunca hablo de esa manera tan barriobajera. Por mi parte es mi hija, mi ojito derecho, pero por la parte de Gustavo, su novio, el día menos pensado lo veremos pegándose un tiro o algo por el estilo.

Es el típico buenazo, que a todo dice que sí, que todo le gusta y, aunque parece irónico también está a gusto con ella, hay que decir que yo también estoy a gusto que el chaval esté con mi hija porque como es de familia adinerada, pues mejor porque nosotros no es que vayamos muy bien de dinero, tengo que aguantar una hipoteca y a una hija adolescente con mucho carácter y otras excentricidades que ya os iré contando.

No sé porqué cuento esto, supongo para que conozcáis a una parte de la familia, mi yerno.

Estoy mirándome en el espejo repudiándome de todas esas vergüenzas que hacen de mí una persona y mientras miro entre esas arrugas que empiezan a hacer mella encima de mis ojos, al final de mis labios o incluso cuando me hago el sorprendido, mi frente parece un desierto lleno de dunas simple y llanamente, bueno llano hemos quedado que no exactamente. Mis cincuenta años ya están cerca y lo único que me junta con el mundo material son dos personas, una hecha con mi propia sangre y la otra pertenece a mi cuñado, pero sigo en pie a verlas venir.

Noto como un pinchazo en el corazón, como si una aguja muy afilada se clavara muy dentro de mí, como si me quisiera sesgar con ella una parte de mi vida. Pero eso se suaviza y a mi lado aparece una mujer, bastante guapa, por cierto y me dice lo siguiente:

-Aunque no me conozcas te diré que, te conozco desde que naciste- cosa que no me podía llegar a creer porque era más joven que yo- sé que es difícil de creer pero créeme soy Dios.

-Si claro y yo la Virgen María, lo que como son las siete de la mañana aún me he puesto el atuendo.

-Sé que igual te gustaría ser la Virgen María, pero simplemente eres Tomás Castaño, un simple crítico culinario que no hace más que meterse en problemas, lo que acabas de notar, no es un achaque como los que has ido notando desde hace tres años hasta ahora, es simplemente tu consciencia, tu entendimiento… como no te basta que tu hija te prohíba el habla durante un mes, eso está bien, pero sigues pensando, tienes que pensar haciendo daño a los demás, es una cosa que no acabo de entender y segur que tú tampoco lo haces.

-Vale, esto no es más que otro sueño, ahora me despertaré después de oír un disparo o un estertor muy fuerte que me haga abrir los ojos y olvidarme de una mujer como tú, que seguramente, se habrá escapado de algún manicomio u hospital de esos raros donde suelen ir las bulímicas o anoréxicas.

-Piensa lo que quieras, soy y seré por mucho tiempo Dios, sé que me pedías auxilio cuando estabas en la mili porque querías que te trajeran otra vez a casa, porque no soportabas el estar… ¿cómo los llamabas ramilletes de gilipollas engreídos o raza aria?

-No lo sé, ni me acuerdo, pero creo que era más lo segundo ¿eso es todo lo que sabes hacer?

-No, claro que no, también sé que te sentías muy apenado por la muerte de tu mujer, se suicidó y punto no hay más, te quería, claro que sí, pero le daba lástima el acabar tan mal, por eso terminó antes ella misma sin saber que dejaría tanto daño como para que te dejaras como lo has hecho. Joder estás muy mal Tomás, sé que lo de ir al gimnasio no es lo tuyo, que te apuntas para aparentar, pero coño inténtalo al menos- no digo nada hasta que Dios me mira fijamente y me dice- Despierta de una vez y mira la vida como es- me pega un tortazo.

Me despierto lleno de sudor y con unas sábanas que no eran precisamente las mías, eran frías y olían a enfermo, en realidad me encontraba en una cama de hotel, cuyo nombre ni me acuerdo. A mi lado se encontraba Leticia llorando a moco tendido diciendo “te quiero” y otras cosas, como si estuviera soñando, pero la desperté:

-Cariño no llores, estoy aquí ¿no me ves?- Ella levantó la cabeza y con las lágrimas en los ojos me sonrió.

-Lo sé, pero es que me has asustado, te has puesto a chillar y yo no sabía exactamente qué hacer, así que te he metido un sopapo y has despertado de golpe, pero es que luego me ha sabido mal el despertarte ¿qué coño estabas soñando?

-Nada simplemente en monos de circo dando vueltas con un monociclo- no le iba a decir la verdad.

Ella era el candor de mis mañanas, siempre y cuando pasábamos las noches los dos juntos, cuando no mi mano derecha, pero eso es otra historia.

-Tomás me tengo que marchar antes de que venga Eugenio a casa, esta noche me lo he pasado espléndidamente.

-De eso precisamente te quería hablar ¿sabes que TU marido te pilló el otro día con otro en VUESTRA cama? Leticia, prometiste que solo lo harías conmigo, con nadie más.

- Y así fue, tan solo estoy contigo mi vida.

-Pero eso es imposible en realidad, fue un jueves que yo no podía que te encontró.

-¿Un jueves? Imposible, habrá sido él el que se ha equivocado, yo los jueves aprovecho para ir con Neus y otras amigas, no para malgastarlas con ningún hombre.

-Eso me deja más tranquilo, aunque no del todo, porque como se lo cuentas todo a esas hurracas que tienes por “amigas”, todas divorciadas y buscando el mejor marido para que no tengan que trabajar nunca.

-No seas así, ya sabes que luego te lo recompenso- se acerca y me da un beso en los labios que me los deja con un sabor a fresa ácida que me encanta- además tú y yo somos cuñados ¿qué pensaría la gente? ¿Cómo se lo explicarías a Ángel?

-No me salgas con trivialidades a estas horas de la mañana, simplemente quiero disfrutar de tu cuerpo, de tus besos, de esos momentos que me hacen sentirme alguien en este mundo, que es mi infierno.

Ella se dio la vuelta medio vestida y se dirigió camino al lavabo donde, por lo que di a entender se estaba acabando de arreglar, para seguir con su farsa, su vida de casada y yo con la mía, la vida de un viudo amargado por no encontrar mujer con la que dormir todas esas noches frías de invierno.

Me hacen gracia estas infidelidades que no llegan a ser un simple polvo de vez en cuando, todas ellas tienen sus reglas, pero todas se rompen en la segunda cita cuando el daño ya está hecho. A Tomás le queda menos tiempo para disfrutar de lo que es en sí su vida. Pongo la mano en el fuego que esto no acabará del todo bien o mal ¿Quién sabe?

sábado, 22 de noviembre de 2008

Con ánimo de ofender 2

La consulta de Eugenio Alférez era bastante coqueta, estaba repleta de diplomas que al fin y al cabo no decían nada que no supiéramos ya, todas esas horas que se pasó dentro de la biblioteca con la única compañía de montañas de libros y se perdía entre sus páginas y sus maneras de pensar. Mi cuñado siempre ha sido superior a mí en todo lo que equivale el peso del cerebro, ya sea ajedrez, damas y maneras para insultar a las personas de una manera inteligente, era una… rata de laboratorio, porque todo el mundo se reía de él en la facultad, hombre de provecho, claro pero te aprovechabas de él en mayor parte.

El hermano de mi mujer, puede que tuviera muchas cualidades buenas, pero ninguna para poder sobrevivir en una jungla como en la que vivimos hoy en día, llena de inmigrantes, macarras y otras cosas por el estilo, puedo parecer duro, pero todas estas personas son las que, por desgracia salen en las noticias casi cada día. Mi psicólogo, amigo, compañero de borracheras y alguna que otra apuesta de por en medio era de la siguiente manera: un tío despejado (sobre todo porque se le empezó a caer el pelo desde que salió del vientre materno, bueno quizás un poco después), todo su cuerpo era de estructura enhiesta y altiva a la vez (hasta que hablabas con él y descubrías que le tenía miedo hasta al soplar del viento) y sobre todo un buen amigo. Siempre que salía con él o con Leticia, su mujer y él me lo pasaba francamente bien, incluso en los momentos en los que tanto él como ella empezaban con el rollo de buscar pareja, que tres años es mucho tiempo y tendría que enderezar mi camino acompañado por una segunda persona que me apoye.

Mi hija se dedicaba a hacer de casamentera, pero claro, mi hija tenía un problema y, es que todas esas mujeres que me presentaba o me decía “mira esa de ahí, ve y dile algo”, yo simplemente la observaba callado pensando “madre mía si podría ser tu hermana por Dios”. Suelen ser mujeres, bueno mejor dicho chicas que no son, para empezar listas, en segundo tienen una conversación más bien tirando a Gran Hermano y muchos otros programas del corazón, y que me vengan con eso no me parece del todo bien, porque yo soy más listo. Para que os hagáis una idea, cuando hablo con una chica y le pregunto por el libro que está leyendo, no quiero que tarde media hora en responder y tras ese largo periodo de tiempo me diga “Cosmopolitan especial utensilios de belleza” o alguna paparruchada por el estilo, no sé cómo explicaros mi vida, pero os intento haceros a la idea.

Por ejemplo el otro día quedé con una mujer, parecía madura, guapa, inteligente, lo tenía todo pero como todo lo bueno tiene muchos contras. Para empezar lo de que parecía madura es porque era la única con más de treinta años con la que había quedado, creo que por lo que me comentó Ángel era su profesora de matemáticas cosa a la que pensé “si yo hubiera tenido una profesora así, sabiendo lo que sé ahora…”, uno de sus contras más visibles era que tenía la mirada perdida y por mucho que le preguntaras o dijeras, era igual, ella seguía en su atmosfera, absorta en todo aquello que nos rodeaba, yo no soy muy puntilloso, pero puedo decir, y lo digo sin ánimo de ofender, que desde el principio me olí lo peor. A medida que iba pasando la velada y le iba contando mis cosas, ya sabéis: lo mal que lo pasa uno cuando ve a su mujer con un disparo entre ceja y ceja, el tener que cuidar a una niña, la cual tenía mucho trato con su madre, etc. Ella solo hacía que asentir, hasta que después de tres cuartos de hora, alzó la vista con una cara de histérica y con los ojos rojos y soltó un alarido de terror, al girarme vi a un hombre de mi edad con una veinteañera con un buen tipo, al poco después me enteré que en realidad ese tipo era el marido de la profesora de mi hija, que me habían tratado de cebo. Cuando llegué a casa se lo dejé caer a Ángel y ella simplemente sonrió y continuó de la siguiente manera:

-Si hombre, te iba a comentar que era una mujer casada, con un tío que le pone los cuernos con sus propias alumnas.

-Entonces ¿por qué coño me has hecho quedar con ella?

-Está claro, porque esta señora, la profesora Güito necesita como tú un buen meneo, además también le tenía que enseñar de alguna manera lo que todo el mundo sabe de su marido, por eso hice una reserva en ese restaurante.

-Cariño y yo que pensaba que era el que tenía una mente retorcida, eso es porque no te había oído hablar a ti, de esta manera, te castigaría pero… me encanta que seas así, lo siento si te sientes defraudada.

-Para nada, de hecho me importa un huevo lo que pienses de mí, ya es suficiente lo que pienso yo de ti papá, no hace falta que pensemos el uno en el otro.

Y así fue, cada uno siguió con su camino, mi hija me seguía presentando a “conocidas” suyas, pero como la cosa iba de mal en peor, pues eso ya salía por compasión con ellas, muchas veces incluso les mordía inconscientemente, sí en plan: si ella me preguntaba que tal estaba yo simplemente le contestaba que a ella, en particular le importaba una mierda porque por no hacer, ni me conocía.

Hay algo que no os he comentado aún y creo que para esta historia es bastante importante, mi cuñada es una mujer bastante amable con la gente, en todos los aspectos, lo pasó muy mal cuando Eugenio se tiró por el camino de la ludopatía y otras cosas que ahora no vienen al caso, pero el tiempo demuestra como son las personas. Yo estaba destrozado por lo sucedido con el arma de bajo calibre que tenía guardada en el cajón de la mesilla de noche, mi cuñado se sentía culpable por no poderle dar la ayuda necesaria a su hermana, y Leticia, bueno ella en realidad necesitaba cariño, hasta que un buen día aparecí yo en el umbral de su casa llorando. Los dos sabíamos que sucedía pero ninguno dijo nada más que “no pases pena, lo entiendo, no tenemos porque sentirnos culpables, así es la vida”, pasábamos noches y noches, los dos camuflados entre las sábanas de mi doctor que a su vez era mi cuñado, me sentía como un cerdo, pero si me paraba a pensar… en realidad él no estaba allí para preguntarle cómo estaba a su mujer, para eso ya me encargaba yo.

Fueron muchas las semanas que mi psicólogo desaparecía para correr detrás de una yegua ganadora o detrás de algún veintiuno ganador, pero nunca sucedía y siempre volvía a casa debiendo dinero a algún malnacido que le “marcaba” la cara para que pagara a la siguiente, una cosa que nunca llegó a entender, pero siempre volvía con el mismo cuento.

Mi cuñado, desde que murió su mujer, es el hombre más desgraciado de la Tierra, se cerró en banda y de allí no sale. El día menos pensado encontraré un titular en el que rece: “psicólogo se suicida, tras una gran pérdida, se encontró entre agua encharcada en sangre y una nota que decía “esto se lo dedico a todos aquellos que me habéis pedido ayuda alguna vez, lo siento Leti, siempre te he querido” o algo por el estilo, es así de teatral, no puedo hacer nada si es seguidor de Shakespeare, en definitiva le gusta mucho el cuento. Aunque me tiene desconcertado porque el otro día se acercó a mí y me preguntó:

-Tomás, Leticia me pone los cuernos.

-No digas tonterías ¿no ves que estás paranoico?

-Que no, que el otro día la encontré con un tío en la cama, no fui a las carreras de los jueves por la noche y la encontré con un hombre en la cama.

-Debían estar jugando cartas.

-¿En pelotas?

-Los siento, yo pensaría lo mismo que tú, simplemente era para romper un poco el hielo.

-Pues que sepas que no hace nada de gracia.

Lo cierto es que yo el jueves no estuve con ella, porque tenía una cita con una “conocida” de mi hija Ángel, pero por lo que le entendí era que a mi cuñada le gustaba mucho lo de dar cariño a piernas abiertas. Total que seguimos con la conversación.

-Tomás por favor ayúdame, sé que haces mucho por mí, pero es mi mujer y me está poniendo…- hizo un gesto como si tuviera algo en la cabeza, de gran tamaño- ni lo puedo decir, ya me entiendes lo que quiero decir.

Así que mirad que tengo que buscar, me tengo que encontrar a mí con las manos en la masa, un chollo si me paro a pensar, pero también me mosquea el compartir una mujer a la que quiero tanto, aunque la comparta con mi cuñado, vale porque somos de la familia y hay confianza, pero en sí, me mosquea el compartirla con más gente.

-¿Dónde estás?- me pregunta Eugenio.

-¿Dónde tengo que estar? Es que estaba pensando quien puede ser el desgraciado que te está haciendo esto- en realidad pensaba que le iba a hacer a Leticia la siguiente noche que él no estuviera, lo que pasa es que ahora tendré que buscarme un hotel, porque en su casa no podrá ser.

Bueno, si no os dais cuenta es que no prestáis mucha atención, en este “personaje”, un tanto singular, solo hacen que rondar pecados y más pecados quien quiera apostar aun está a tiempo porque los caballos descansan en sus establos, aunque la veda ya ha caído. ¿En qué pecado desembocará la historia? Ni yo lo sé, conociendo al protagonista, cualquier cosa me la creo.

lunes, 10 de noviembre de 2008

Con ánimo de ofender 1

Tomás no es más que otro de esos seres humanos que insisten en que esté siempre presente, cuando digo eso me refiero más bien a que me echan de menos sobre todo cuando tienen que pedirme favores, desde pedirme que gane su equipo de futbol o que por favor lo curase de un resfriado. Aunque muchas veces también se acordaba de mí cuando estaba en el cuarto de baño, cosa que me molesta más, pero en fin… Esta criatura, es una creación mía, pero como a veces se me escapan “pequeños defectos” como por ejemplo ser una persona muy corrosiva, tanto que al trabajar de crítico en el periódico local, no le basta con hablar mal de los sitios donde va a comer y ponerle notas o incluso hundirlos como la mayoría de veces, pero también se lleva el trabajo a casa, quiero decir que sigue tratando mal a la gente y hablando siempre mal de todo el mundo, todos menos él claro. Ahora recibí una nota del distrito de moral y creo que tendré que funcionar como consciencia durante un par de meses porque la suya la perdió de pequeño porque la puso en evidencia.

Para ser de los críticos con más censura dentro de la sociedad de hoy en día, lo cierto es que me sienta muy bien, quiero decir que no me quejo por el momento. Tengo una mujer que me adora y una hija, creo que en realidad son las que me conocen y entienden en realidad.

Mi esposa, pareja o como lo queráis llamar, la bautizaron con el nombre de María Micaela, pero para abreviárselo un poco, la llamo Mimí; ella es, como buena profesión que tengo os haré un ejemplo, un festín para cualquier paladar, es una mezcla entre uva negra, queso curado y vino tinto, es una mujer fuera de serie que, aún ahora después de casi catorce años me cuesta mucho el despegarme de sus labios carnosos y jugosos, su mirada para mí sigue siendo como un laberinto en el que me pierdo tan solo entrar, en definitiva es mi señora.

A mi hija, en cambio, la llamamos Ángel, porque al ser lo mejor que nos ha pasado en la vida… lo cierto es que no simplemente es por eso, hay otros motivos como por ejemplo el que Mimí sea muy religiosa y según ella, bueno y de la gente que lleva el registro de nombres, según ellos creo que decían algo como que los ángeles son asexuales, para quien no lo entienda eso significa que esos niños rubios con alas que suelen estar en cielo alrededor de blancura y perfecta inocencia no tienen sexo, no digo entre ellos, eso no sé muy bien como iría, pero digo que no hay ni machos ni hembras como en los animales urbanitas que creo que somos nosotros, los humanos.

Ahora en cambio estoy esperando en un restaurante más bien tirando a cutre para poder hacer comentarios sagaces o soeces, según el punto de vista desde donde se mire. Entonces empezaremos: El cartel de la entrada, en vez de anunciar un restaurante, parece sinceramente que anuncia unos lavabos o una zona privada dentro del establecimiento. En el recibidor o entrada había una bandera, que para nada recordaba a la bandera italiana, comentario que añado porque el restaurante sirve comida italiana, en cambio ondeaba una yugoslava o croata, no sé exactamente que me recordaba, pero era de Europa del Este seguro… sinceramente era un punto de suerte a su favor porque a mí me gustaba que me sorprendieran con las habilidades de cualquier cocinero y en ese caso también me gustaba la imaginación de cualquier persona. Había más detalles, siempre los hay ¿cómo no? Pero no apunté ninguno más porque yo soy crítico culinario, para nada interiorista, eso se lo dejo, sinceramente a mi mujer porque es una cosa que le encanta, le encandila. Si por mí fuera aún viviríamos entre los muebles que mis padres nos regalaron, son ese tipo de muebles que ahora se hacen llamar arte retro, que viene a ser lo mismo que amontonar muebles antiguos que no sirven para nada más que para acumular polvo, menos mal que a mi mujer le gusta el modernismo y para nada eso de ir coleccionando, o mejor dicho amontonando trastos que no servirían para nada en un futuro.

El camarero, un tipo más bien tirando a seco, me miró de reojo. Tardó como diez segundos en darse cuenta de quién era en realidad, en ese momento se le abrieron esas cuencas que tenía y salió corriendo hacia la cocina. Al abrir la puerta, me dejó ver por un momento la estancia que, para nada era espaciosa, era más bien pequeña por no decir diminuta, llena de porquería alrededor de los fogones, encima de las ollas había gente fumando mientras preparaban un caldo que por lo que supuse sería lleno de colillas de alguna marca extranjera, ese es el ingrediente secreto, pensé. Pero seguí observando y pude ver que la grasa se estaba incrustando de tal manera en los azulejos de aquel infierno que no dejaba ver el color de las paredes, algunas eran verdes y otras tiraban a un amarillo huevo con restos de un producto que no alcanzaba a imaginarme, entendedme tampoco lo intenté, porque solo pensarlo me entraban arcadas. Estos chicos tienen suerte por segunda vez, dudé, pero asentí para mis adentros porque me dije, menos mal que soy periodista y no un hombre que trabaja para sanidad.

El ambiente en la cocina hervía por el bullicio de mi sola presencia detrás de ese umbral donde se sentían tan seguros, donde nadie los molestaba, donde estaban protegidos pero, sinceramente el lobo los había ido a buscar. Mucha gente me conocía como un desalmado, cuando en realidad tenía ganas de ayudar al prójimo, aunque nunca se me presentaba la ocasión, ese día presentaba ser del mismo modo desastroso desde la mirada del dueño, claro está.

Las ciudades están llenas de personas, gente que pasa al lado de otra y que encima de las cabezas cada una de esas almas son atendidas por pequeñas llamas que identifican las emociones que siente cada una de ellas, en ese momento, en el instante en el que Tomás esperaba la atención de los que trabajaban en ese restaurante. Su llama, en ese preciso momento brillaba de un color rojo bastante intenso, eso me daba a entender que estaba eufórico, no cabía en sí mismo, además el brillo de su emoción se trasmitía en la mirada.

Estuve esperando como cinco minutos en el otro lado de la puerta, cuando de pronto apareció otro tipo que no había visto aún. Este iba vestido como un pingüino, llevaba pantalones negros con una americana a juego y debajo de toda esa ropa se encontraba una camisa de un blanco deslumbrante que dejaba ver unas letras que rezaban con el nombre de Mihael, muy italiano pensé, cada minuto que pasaba en ese sitio no sabía muy bien con que me sorprenderían, pero estaba ansiando descubrirlo dentro de poco. El chico apareció delante de mí y me fijé perfectamente en que sus rasgos eran más bien toscos y angulosos, medía como unos dos metros y pico, era tan ancho como para parecer la puerta principal de cualquier centro comercial, en vez de camarero parecía gorila de discoteca, nada más.

-Buenas noches señor- su acento era muy forzado pero, sus modales no. Me tendió la mano, en la que pude ver el sufrimiento que tuvo que pasar para llegar a buen puerto, lejos de un hogar. Después de los saludos, los estrechamientos de manos y todas esas cosas que lleva a un buen protocolo, me miró fijamente, con lágrimas en los ojos y añadió- por favor señor no nos cierre el local.

No se me da muy bien mentir, así que lo estuve mirando durante cierto tiempo.

-Tranquilo… mira tengo una idea, elige una buena mesa y recomiéndame la especialidad de la casa, no de esas que salen en la carta, si no de las que cenáis vosotros, los empleados por supuesto. Gracias a eso igual podéis traficar con lo que quiera Dios que “trabajáis” para ganaros el pan.

-Nosotros no trapicheamos como dice usted señor Castaño, somos buena gente y nos ganamos a base de sudor y lágrimas el pan que tú, ahora mismo has manchado con sus insinuaciones.

-A ver era Mihael ¿no?- el gorila asintió asustado, aunque me dejó continuar con mi discursito- Yo soy un periodista respetado por el público y temido por los dueños de ciertos “baretos” que se hacen llamar restaurantes en realidad. A la gente que me sigue no les puedo mentir, en otras palabras, no sería ético y por mi parte quedaría poco profesional, añado.

-Tú eres persona mala- contestó el camarero corpulento llorando como un niño pequeño.

-No llores Mihael, no vale la pena, no vale la pena, hay un dicho en español que dice de esta manera “las verdades ofenden”- sonreí, pues no podía hacer nada más.

El camarero o lo que fuera me acompañó a la mesa donde me senté rodeado de fotografías que parecían sacadas en los años veinte, parecían que estaban sacadas en una playa o algo así porque llevaban bañadores bastante anticuados. En alguna que otra se podía apreciar la presencia de algún famoso de la época tipo Frank Sinatra y al lado estaba Mihael, sonriendo, cosa que conmigo no conseguía, entonces pensé que el Photoshop igual que Internet son unos inventos bastante buenos en la época de hoy en día, en otras palabras no me creo que un cantante de la talla de Frank llegara por casualidad a un tugurio que se encontraba donde Cristo perdió los zapatos, pero no me llaméis escéptico ni nada parecido, pero es que Mihael tenía el mismo aspecto y no era muy normal eso, porque el local llevaba abierto desde hace tan poco que los servicios todavía olían a nuevos, porque hacía como una semana que habían abierto ese local, mirara por donde lo mirara olía a tapadera, pero yo era el malo en vez del realista.

Mientras miraba el “paisaje” que me rodeaba, me di cuenta de que en la mesa de al lado había una pareja de avanzada edad, digo eso porque tenían muchas arrugas, pero estas se acumulaban al verme sentado y reconociendo el “territorio”. Mi cuaderno de notas aún estaba reposando en el bolsillo izquierdo de mi chaqueta, lo digo porque noté una leve opresión donde se encontraba la libreta, como si quisiera que escribiera algo en ella, palpé los demás bolsillos que tenía en mi atuendo y no encontré nada con lo que escribir ni bolígrafo, ni estilográfica e incluso pensé en alguno de los lápices que me mete Ángel, mi hija para jugar, pero tampoco, no tenía nada, así que tampoco podía escribir, tendría que aguantar sentado y portándome bien mientras esperaba al camarero a que me trajera el plato que esperaba con no mucha ilusión, le pediría un bolígrafo o algo por el estilo, y cuando me preguntara para qué necesitaba eso, Dios sabe que le contestaría, porque lo que soy yo no lo tenía muy claro, no sé mentir y mucho menos ser amable…

Tuve que esperar otros diez minutos para que me trajeran el dichoso plato, cuando me lo sirvieron en la mesa, enfrente de mí, digamos que echaba humo, vamos que lo hicieron al fuego y por lo que el vaho me contaba “eso” que se encontraba en el plato quemaba. Total que tenía que esperar otros diez minutos para que estuviera más a temperatura comestible, no ambiente, resumiendo, me estaba cansando de la situación de dejar a mi mujer y a mi hija en casa para ir a un sitio que no traía nada bueno tras de él. Me fijé en otras parejas, ninguna me decía nada a parte de “márchate que no lleva nada bueno el que estés aquí”, pero seguí en el sitio, tenía curiosidad por probar cosas nuevas y, si encima están buenas, mejor. Así que me aventuré a empezar, al menos a cortar para que se enfriara más rápido, pero según iba cortando me subía un tufo a putrefacción, supuse que estaba hecho con plantas raras que olían un tanto raro, pero seguí cortando y encontré un hueso, en medio del plato había una parte de persona o animal, pero me daba asco y no seguí comiendo, en su defecto me fui en dirección al cuarto de baño, para devolver lo poco que tenía en el estomago.

Al entrar por la puerta del servicio, encontré a mi mujer con una pistola apuntándome a mí, mientras lloraba desconsolada.

-¿Qué haces aquí?- preguntó ella.

-Tenía que hacer un reportaje no te acuerdas que tenía que hablar sobre un restaurante italiano.

-Este restaurante no es italiano.

-Sí, creo que me he dado cuenta, pero una cosa es cierta el GPS del coche me llevo hasta la puerta de este local de mala muerte, que tienen por restaurante de puta madre. Cambiando de tema ¿qué coño haces en el servicio de hombres con un arma apuntándome en la cabeza?

-No es por ti, es por mí- acto seguido mi mujer cogió el arma con más decisión y se apuntó directamente entre las cejas y se disparó, dejando un rastro carmesí detrás de su cabeza o lo que antes era su cabeza, no estoy muy seguro.

Me desperté sobresaltado de la cama, estaba sudando. Bueno vale, os explicaré la verdad, mi mujer murió hace como tres años, se suicidó, se pegó un tiro en la cabeza, aún no entiendo la explicación, porque soy la alegría de la huerta, pero las cosas andan de cualquier manera, en mi caso, sigo teniendo a mi hija bajo mi tutela hasta los dieciocho años, aunque me quede poco como tutor porque cumplió el otro día dieciséis, dos años son dos años al fin y al cabo.

Pensando sobre la niña, me levanté de repente para ver cómo estaba, de lo rápido que me puse en pie me mareé, no me puse ni las gafas y que menos encender la luz que teníamos en el pasillo. Fui paseando a tientas en la oscuridad, hasta darme un trastazo en el dedo gordo del pie, porque no me puse, ni que decir las zapatillas de estar por casa, una mala costumbre, añado. Seguí recto por el pasillo hasta que pude vislumbrar allá, a lo lejos una luz mortecina, eso me decía que mi Ángel estaba hablando con alguna amiga o amigo o alguna cosa que necesitara tener la lamparilla encendida. Seguí hasta que pude ver lo que se encontraba al otro lado de la puerta y en efecto vi todos aquellos peluches que fue amontonando desde pequeña, muchos de ellos ya tenían ojos que se estaban descosiendo y otros que no se percibía el blanco del peluche en sí. Metí un poco la cabeza para poder verla a ella y la vi sentada en la cama mirando la pantalla del portátil, ella notó mi presencia porque enseguida apartó la vista de la pantalla y me sonrió diciendo:

-Buenas papá ¿otra de tus pesadillas?- asentí- ¿Qué tal va todo?- hice además de levantar los hombros- Joder aún no puedes hablar, es cierto.

Si, tiene gracia que tu propia hija te censure, solo porque me meto con los demás, según ella dice que juzgo a la gente nada más mirarla, según mi punto de vista, soy realista, ella es la inocente muchachita que si no empieza a pensar como yo, todo el mundo se reirá de ella de mala manera.

Me censura cuando dice que al no conocer a nadie no hable, y lo más malo de todo esto es que tengo que estar un mes sin hablar de nada, simplemente tengo que escuchar y obedecer, soy como esos presos domiciliarios que tienen un radio de según el tamaño que tenga la casa, una vez pisada la línea, FALTA, y tengo que volver a hacer lo que he hecho hasta el momento, o sea nada.

Esta última vez, es cierto que me pasé un poquillo tal vez. La situación es la siguiente: yo estaba hablando por teléfono con Emilio un compañero de trabajo que luego os hablaré de él, vale la introducción puede ser esa. Imaginaos que habláis por teléfono en una cola del Mercadona o Dios sabe que otro supermercado y de cajero hay un hombre de color, tu hija mientras te mira, porque te conoce y sabe que alguna de las tuyas harás, pero tú mantienes el tipo. El problema llega cuando tú te das cuenta de que ya pasa de la hora en la que habías quedado y te empiezan a venir las prisas, al cajero las torpezas y entonces, en ese mismo momento es cuando tu lengua, junto con la boca, te juegan una mala pasada y te hacen decir “venga hombre que esto es como recoger algodón, una vez aprendes nunca se olvida”, vale me pasé, de hecho aún ahora le doy vueltas a la situación y no sé porque la gente me miró raro en ese momento.

Así que tengo que estar un mes sin hablar, tengo una hija que es un sol y es tan buena que se mete en mi vida, me censura ¿no os habéis preguntado nunca que gracia tiene el ver a un periodista sin criticar? Pues yo destaparé esa incógnita, ninguna. Además si os digo la verdad utilizo estos meses en el silencio para pensar en lo que hubiera pasado si no hubiera dicho esas cosas… seguro que las hubiera dicho peor.

-No te olvides que mañana tienes que ir a ver al doctor Alférez.- Volví a asentir.

El doctor Alférez era mi psicólogo, pero tampoco podía hablar en su consulta porque, como dice el dicho, todo queda en familia, era mi cuñado Eugenio Alférez, que entre él, y Ángel me sacaban de quicio. ¿Qué cómo lo hago? Pues me siento enfrente del hermano de mi mujer, saco la libreta de notas que llevo en mi bolsillo izquierdo en los pantalones y el lee todo lo que pienso, luego yo como un bobo, espero a que me haga rezar dos Ave Marías, o lo que sea que recomiendan los psicólogos y listos, no hay más.