domingo, 28 de diciembre de 2008

Con ánimo de ofender 4

Después del segundo sueño empecé a pensar a ver qué estaba pasando en mi cabeza, todo absolutamente todo me iba de maravilla, tenía una hija que me quería aunque no demostrara su amor por mí, era viudo. Ahora que lo veo de esta desde este punto, tampoco es tan malo estar solo, sin una mujer a la que aguantar, me refiero a una fija, si nos páramos a meditar, quizás con una mentalidad un tanto mórbida, por llamarlo de alguna manera, la viudedad, te abre unas puertas que cuesta mucho retenerlas todas juntas. Para que os hagáis a la idea, un hombre en estado de viudez, entra en cualquier club, se sienta en la barra de cualquier bar y cuando hay alguna chica interesada en él, ella la mayoría de veces le pregunta “¿qué hace un hombre como tú en un cuchitril como este?” a lo que el hombre sin ningún compromiso ni mentira le contesta “mi mujer me acaba de dejar, ha muerto”, ella en seguida, te abraza y te dice “ lo que necesitas es cariño” y acto seguido, tú derrumbado caes y te olvidas de porque estabas bebiendo y te agarras a otro tipo de cosa por llamarlo de alguna manera, lo digo porque no todas son guapas, pero a falta de cariño buenas son feas.

Los divorciados, también han intentado la misma treta, pero siempre hay alguien conocido de una tercera persona que conoce a su ex pareja y les jode todo el plan, estos siempre acaban o bajo las sabanas… de un hospital o pasando frio en el portal de una casa, donde se creía, habría sexo, pero tan solo hubo nada.

Sé que hay gente que pensara que no todos los viudos tienen el mismo magnetismo, cierto, pero hay casos especiales, uno por cada edad en la que te pille. Por ejemplo, mi abuelo Raúl, un buen hombre, se quedó viudo a la friolera de setenta y cinco años ¿qué hizo? No se deprimió, busco una sustituta para mi abuela, después de pasar cincuenta y ocho años juntos lo normal era buscar una que le tomara el relevo. Vale, los abuelos no van a un bar, pero si van a cruceros del inserso y cosas de esas, allí aprovechaba ya que, por suerte o por desgracia hay mas viudas que viudos, mi abuelo siempre arrasaba, hasta que decidió estar con una tal Magdalena de unos ochenta años, el noviazgo no duró mucho porque mi abuelo murió al poco de conocerla, pero se fue con una gran sonrisa en la boca. Los jóvenes que se quedan viudos, son más raros estos suelen romper el hielo, en plan “eh, nena adivina”, la mujer perpleja se queda quieta y el muy imbécil suelta “tengo un hueco en mi cama, más o menos de tu tamaño, mi mujer ya no está durmiendo conmigo así que tendrás que darme calor ¿crees que podrás?” hombre antes de que acabe la frase solo le suele dar calor en una parte del cuerpo, para ser más exactos en la cara de una buena bofetada. Y por último, están los viudos prematuros que no son jóvenes, son esos a los que matan sin querer a su mujer por amor o más bien por rabia, nunca se ha llegado a comprobar en una autopsia, el forense es idiota a veces, en los moratones de los ojos o incluso en los agujeros que el cuchillo a dejado a su paso, se puede identificar si es por amor o por simple odio, estos suelen cambiar a una mujer por un sopla nucas, un triste final para un hombre.

Estaba en mi casa sin saber que hacer exactamente y la temporada de dejar de hablar había terminado hacía exactamente quince minutos y veinticuatro segundos, si ya sé que puedo parecer un poco perfeccionista pero es que no sabéis lo que es estar un mes sin hablar. Me armé de valor para llamar a Eugenio, al fin y al cabo era mi médico, él sabría más que nadie que hacer. Cogí el teléfono, marqué, el chisme no daba más señales que un simple pitido y así como unas cinco veces hasta que me harté y colgué indignado. Estuve merodeando por la casa, con esas pantuflas que todo buen hombre alguna vez en la vida a tenido y no hice mucho más aunque me sentía como un chico llamando a una chica para llamarla para que tuvieran una primera cita, me acercaba al teléfono y cuando estaba a unos escasos centímetros de él, retrocedía sin más como si el dichoso aparato electrocutara, finalmente lo volvía llamar pasados quince eternos minutos y esta vez al segundo pitido:

-¿Sí, quién es?- era la voz de Leticia, tenía que actuar con naturalidad, sin que notara que la echaba de menos.

-¿Está tu marido? Ya sabes el doctor- eso en nuestro lenguaje, Morse o no era “repetiría lo de ayer por la noche”.

-Sí, ahora se pondrá- eso solía ser “yo también”.

Tardó como dos minutos de reloj para ponerse al interlocutor, cuando se puso lo único que conseguí fue:

-¿Tu hija no te había prohibido el habla?

-Claro pero todo termina, incluso el estar callado.

-De acuerdo, entonces ¿qué quieres a las doce y media de una noche perfecta?

-Sinceramente, había pensado hacer una terapia, pero de las de verdad, ya me entiendes, hablando los dos.

-¿Hoy? Justamente hoy no puedo, tengo pacientes hasta las tantas… a no ser que te quieras venir conmigo, que aún así tengo menos de una hora.

-Menos de una hora va bien, total tampoco tengo nada importante que decir.

-Eso dicen todos, pero al final resulta que son maniacos depresivos la mayoría de ellos.

-Vale, entonces ¿a qué hora puede quedar su majestad?

-A las dos ¿te va bien?

-Si es contigo sabes que no, pero no me queda más remedio ¿dónde siempre?

-Si, donde siempre, como se nota que empiezas a hablar, voy a tener que hablar con tu hija.

-¿Para qué?

-Para que te compre un bozal cada vez que salgas a la calle.

Eso, precisamente por comentarios como ese, eran los causantes de que no quisiera ver a mí cuñado en una comida que normalmente dura unos cuarenta y cinco minutos aproximadamente. Pero lo cierto es que necesitaba ayuda y rápido, las comidas de tarro estaban yendo acompañadas de pesadillas varias y eso no me gustaba mucho la verdad.

Al colgar el teléfono me di cuenta de que me encontraba solo, lo único que me unía con mi familia únicamente era unos antiguos álbum de fotos, donde éramos felices antaño, así que me puse a mirarlos y entonces fue cuando la nostalgia me vino a visitar, me di cuenta de que me gustase o no, el tiempo iba pasando y con él yo me estaba consumiendo. Ángel, muchas veces entre semana llegaba a altas horas de la noche, lo cierto es que ni se lo saco en cara, yo haría lo mismo a su edad y con ese horario flexible que le daba el estudiar una formación profesional, sus estudios, junto con Gus era lo más importante en la vida de mi hija, yo estaba en último lugar, pero aún así, se preocupaba.

Abrí un álbum de fotos de color azul, en el cual creo que se veían nuestros primeros años, nuestras primeras aventuras, nuestros primeros pasos, unos años felices la verdad, pero que duraron poco, porque no tardamos mucho a cambiar, casi todo por mi culpa, por mi manera de ser, digamos que con los años me volví mucho más reservado que cualquier otra persona, pero Mimí brillaba por su manera de ser y su simpatía. Me di cuenta de que a medida que iba pasando las páginas de ese libro a base de postales donde éramos nosotros los protagonistas me iba dando cuenta de que mi cuñado, en muchas de ellas aparecía entre las sombras con unas gafas que parecían más bien gafas de bucear que no de ver, eran enormes y con una montura de carey negro que daban más ganas de pegarle en plan “mira allí tienes un empollón” que otra cosa. Mientras estaba mirando esos momentos, históricos muchos ya, oí que se abría la puerta dejando entrar a la fiera de mi hija ya de buena noche cagándose en todo lo que tenía delante de sus ojos:

-Gustavo es subnormal, no pobrecillos, ellos no tienen que pagar el plato roto de otra persona, ya tienen bastante a cuestas, es tonto del culo- dijo completamente enfrascada en sus pensamientos.

-¿Qué ha hecho ahora?

-Pues lo de siempre, que se aprovechan… un momento ¿se puede saber desde cuando hablas?

-Veremos son la una menos cuarto de un día laborable, exactamente día 27 de Noviembre y contando con que me metí con ese cajero del supermercado el 27 de Octubre, creo que ya ha pasado el mes así que, bienvenida a casa cariño.

-Genial ¿te apetece que te arregle una cita con alguna mujer?

-Me apetecería, siempre y cuando fuera normal, porque, no es por nada pero tus amigas muy listas no son.

-Ya, pero te presento un tipo de mujer que se te parezca en algo.

-¿Y en que se parecen a mí?

-En que todas y cada una de ellas siempre miran por su bien y no se dan cuenta de que hay más gente a su alrededor, gente tan despreciable que no se puede juntar con otra gente a no ser que sean idénticos ¿ahora entiendes por qué son tan raras las mujeres que te elijo?

-Eso hija, en cualquier otro país te hubieran colgado por decir una cosa de esa manera y seguir con la cabeza bien alta.

-Ya, pero como soy tu hija y no dirás nada- me señaló con la mano en forma de pistola y me lanzó un guiño, para después seguir con su cometido- ¿qué haces?

-Nada, simplemente estaba mirando viejos álbum de fotos en los que, te lo creas o no, salía riendo.

Mi hija me miró perpleja, sin entender muy bien lo que le estaba comentando, pero al entender que yo también tenía la lengua bífida como ella se echó a reír y se acurrucó a mi lado como si quisiera escuchar todo lo que le tenía que decir.

Le comenté las cientos y cientos de historias que escondían esos pedazos de papel, todo lo que ella no recordaba y a mí, aunque me cueste admitirlo, echaba en falta. Salían miles de amigos de los cuales el tiempo ya dejó atrás, no porque murieran, si no porque me volví tan ocioso y competitivo con todo que en cierta medida me torné autodestructivo derrumbando cada uno de los muros que me unían a nuestros amigos, digo nuestros porque eran conocidos de Mimí y muchos otros colegas míos, algunos de ellos aún pensaban que mi mujer, en paz descanse, se voló los sesos por mí, cuando yo sabía a ciencia cierta que ella me prometió que no fue culpa mía, porque ella lo dijo.

Ángel en cambio, parecía que disfrutaba, sentada en mi regazo, como cuando era niña, con la única diferencia de que ya era toda una mujer y que si algún vecino con mala idea nos hubiera visto en ese momento daría tanta chicha el morbo como en su tiempo lo dio Lolita, bajo las manos de un Vladimir Nabokov bastante erótico por llamarlo de alguna manera. Pasaron horas hasta que el día entró en lo que era nuestra sala de estar, donde estábamos sentados, fe allí cuando toda esa inocencia, toda esa perturbación o vuelta a la normalidad, se quebró.

-Papá ¿por qué no miras de volver a ser como antes?

-Ya lo soy, hija tengo mis momentos, aunque más escasos, son más elaborados.

-Habla con los abuelos, ellos siempre piden por ti y solo hacen que hablar conmigo para saber cómo estas desde la muerte de mamá.

-¿Los abuelos? ¿Te refieres a esas dos personas que según creen yo tuve algo que ver con la muerte de tu madre?

-Nunca han dicho eso, simplemente quieren estar a tu lado, apoyarte, darte cariño… Por no acercarte no te acercas ni a la tía Leticia, la cual también se preocupa por ti- Si tú supieras hija lo mucho que me acerco a ella…- Intenta conocer gente, salir ver mundo, no comértelo, como sueles hacer con tu mal humor.

-¿De verdad crees que soy tan ogro? Ahora me siento herido.

-Joder pues claro, incluso más de lo que piensan otros, ya sé que tú tienes sentimientos pero no los demuestras, te has vuelto huraño y un poco sociópata algunas veces. Ahora me tengo que marchar he quedado con Irene para ir de temprano a la biblioteca, si quieres luego hablamos de este tema, hasta luego papá y mejórate- se acercó para darme un beso en la mejilla y salió corriendo dejando la puerta abierta.

-Eso márchate ahora que tienes porqué correr, que no te detenga nadie, déjame solo y abandonado- por mucho que chillara nadie me hizo caso, lo chulo de este momento es que me di cuenta de que era un poco patético, así que me quedé sentado en el sillón, algo resentido por tantas horas que había pasado en él y envuelto de buenos momentos, muchos de ellos ya olvidados.

martes, 25 de noviembre de 2008

Con ánimo de ofender 3

Últimamente me despierto con una serie de achaques que no son normales, me miro en esa especie de reflejo al que todos llamamos espejo y lo único que veo en él es una burda imitación de un hombre deteriorado por la edad. Mi cara a la que viene siendo la parte de mi cuerpo que más enseño, es un cuadro de Picasso, todo lleno de trazos y pinceladas sin que una cosa pegue con la anterior, etc. Las gafas que ya necesito para ver más que de adorno, como muchos otros hombres de mi edad que conozco, mis ojeras a las cuales no menciono, pero ya se preocupan ellas de salir ya. Mi rostro es, ahora que lo miro con detenimiento, lo más vergonzoso de mi cuerpo, si pudiera pasear por el mundo sin esa cosa que tengo encima de los hombros… Pero es que por otra parte pienso y digo sin ella no podrá ser yo, porque claro en esta vida todos pensamos somos como somos por el cerebro, nuestro motor, en mi caso debe ser un deportivo, porque como tengo una manera de pensar única… soy bueno y sin prejuicio ninguno.

Pero claro sigo pensando que la noche anterior cuando vi a Ángel en su cama con el portátil descansando en las rodillas, me recordó a su madre, en esa mujer de la cual me enamoré perdidamente. Si me paro a pensar, también es la primera mujer que me ha dejado por una causa bastante razonable… porque se mató, no es gracioso, pero es la realidad. No os voy a dar la murga con ese tema, de momento, ahora tengo que seguir mi pauta. Estábamos hablando del parecido de mi hija con mi mujer, resumiendo, idénticas.

Incluso en el carácter, las dos eran muy fieras y siempre prefería uno tenerlas de su bando porque el que se ponía en el lado contrario acababa llorando a algo peor a veces, los días más tranquilos son cuando ella tiene la regla, son los tres o cuatro días más tranquilos incluso se puede hablar con ella sin que aparezcan por en medio palabras como “joder” o “me cago en la puta”, todo por su parte, yo nunca hablo de esa manera tan barriobajera. Por mi parte es mi hija, mi ojito derecho, pero por la parte de Gustavo, su novio, el día menos pensado lo veremos pegándose un tiro o algo por el estilo.

Es el típico buenazo, que a todo dice que sí, que todo le gusta y, aunque parece irónico también está a gusto con ella, hay que decir que yo también estoy a gusto que el chaval esté con mi hija porque como es de familia adinerada, pues mejor porque nosotros no es que vayamos muy bien de dinero, tengo que aguantar una hipoteca y a una hija adolescente con mucho carácter y otras excentricidades que ya os iré contando.

No sé porqué cuento esto, supongo para que conozcáis a una parte de la familia, mi yerno.

Estoy mirándome en el espejo repudiándome de todas esas vergüenzas que hacen de mí una persona y mientras miro entre esas arrugas que empiezan a hacer mella encima de mis ojos, al final de mis labios o incluso cuando me hago el sorprendido, mi frente parece un desierto lleno de dunas simple y llanamente, bueno llano hemos quedado que no exactamente. Mis cincuenta años ya están cerca y lo único que me junta con el mundo material son dos personas, una hecha con mi propia sangre y la otra pertenece a mi cuñado, pero sigo en pie a verlas venir.

Noto como un pinchazo en el corazón, como si una aguja muy afilada se clavara muy dentro de mí, como si me quisiera sesgar con ella una parte de mi vida. Pero eso se suaviza y a mi lado aparece una mujer, bastante guapa, por cierto y me dice lo siguiente:

-Aunque no me conozcas te diré que, te conozco desde que naciste- cosa que no me podía llegar a creer porque era más joven que yo- sé que es difícil de creer pero créeme soy Dios.

-Si claro y yo la Virgen María, lo que como son las siete de la mañana aún me he puesto el atuendo.

-Sé que igual te gustaría ser la Virgen María, pero simplemente eres Tomás Castaño, un simple crítico culinario que no hace más que meterse en problemas, lo que acabas de notar, no es un achaque como los que has ido notando desde hace tres años hasta ahora, es simplemente tu consciencia, tu entendimiento… como no te basta que tu hija te prohíba el habla durante un mes, eso está bien, pero sigues pensando, tienes que pensar haciendo daño a los demás, es una cosa que no acabo de entender y segur que tú tampoco lo haces.

-Vale, esto no es más que otro sueño, ahora me despertaré después de oír un disparo o un estertor muy fuerte que me haga abrir los ojos y olvidarme de una mujer como tú, que seguramente, se habrá escapado de algún manicomio u hospital de esos raros donde suelen ir las bulímicas o anoréxicas.

-Piensa lo que quieras, soy y seré por mucho tiempo Dios, sé que me pedías auxilio cuando estabas en la mili porque querías que te trajeran otra vez a casa, porque no soportabas el estar… ¿cómo los llamabas ramilletes de gilipollas engreídos o raza aria?

-No lo sé, ni me acuerdo, pero creo que era más lo segundo ¿eso es todo lo que sabes hacer?

-No, claro que no, también sé que te sentías muy apenado por la muerte de tu mujer, se suicidó y punto no hay más, te quería, claro que sí, pero le daba lástima el acabar tan mal, por eso terminó antes ella misma sin saber que dejaría tanto daño como para que te dejaras como lo has hecho. Joder estás muy mal Tomás, sé que lo de ir al gimnasio no es lo tuyo, que te apuntas para aparentar, pero coño inténtalo al menos- no digo nada hasta que Dios me mira fijamente y me dice- Despierta de una vez y mira la vida como es- me pega un tortazo.

Me despierto lleno de sudor y con unas sábanas que no eran precisamente las mías, eran frías y olían a enfermo, en realidad me encontraba en una cama de hotel, cuyo nombre ni me acuerdo. A mi lado se encontraba Leticia llorando a moco tendido diciendo “te quiero” y otras cosas, como si estuviera soñando, pero la desperté:

-Cariño no llores, estoy aquí ¿no me ves?- Ella levantó la cabeza y con las lágrimas en los ojos me sonrió.

-Lo sé, pero es que me has asustado, te has puesto a chillar y yo no sabía exactamente qué hacer, así que te he metido un sopapo y has despertado de golpe, pero es que luego me ha sabido mal el despertarte ¿qué coño estabas soñando?

-Nada simplemente en monos de circo dando vueltas con un monociclo- no le iba a decir la verdad.

Ella era el candor de mis mañanas, siempre y cuando pasábamos las noches los dos juntos, cuando no mi mano derecha, pero eso es otra historia.

-Tomás me tengo que marchar antes de que venga Eugenio a casa, esta noche me lo he pasado espléndidamente.

-De eso precisamente te quería hablar ¿sabes que TU marido te pilló el otro día con otro en VUESTRA cama? Leticia, prometiste que solo lo harías conmigo, con nadie más.

- Y así fue, tan solo estoy contigo mi vida.

-Pero eso es imposible en realidad, fue un jueves que yo no podía que te encontró.

-¿Un jueves? Imposible, habrá sido él el que se ha equivocado, yo los jueves aprovecho para ir con Neus y otras amigas, no para malgastarlas con ningún hombre.

-Eso me deja más tranquilo, aunque no del todo, porque como se lo cuentas todo a esas hurracas que tienes por “amigas”, todas divorciadas y buscando el mejor marido para que no tengan que trabajar nunca.

-No seas así, ya sabes que luego te lo recompenso- se acerca y me da un beso en los labios que me los deja con un sabor a fresa ácida que me encanta- además tú y yo somos cuñados ¿qué pensaría la gente? ¿Cómo se lo explicarías a Ángel?

-No me salgas con trivialidades a estas horas de la mañana, simplemente quiero disfrutar de tu cuerpo, de tus besos, de esos momentos que me hacen sentirme alguien en este mundo, que es mi infierno.

Ella se dio la vuelta medio vestida y se dirigió camino al lavabo donde, por lo que di a entender se estaba acabando de arreglar, para seguir con su farsa, su vida de casada y yo con la mía, la vida de un viudo amargado por no encontrar mujer con la que dormir todas esas noches frías de invierno.

Me hacen gracia estas infidelidades que no llegan a ser un simple polvo de vez en cuando, todas ellas tienen sus reglas, pero todas se rompen en la segunda cita cuando el daño ya está hecho. A Tomás le queda menos tiempo para disfrutar de lo que es en sí su vida. Pongo la mano en el fuego que esto no acabará del todo bien o mal ¿Quién sabe?

sábado, 22 de noviembre de 2008

Con ánimo de ofender 2

La consulta de Eugenio Alférez era bastante coqueta, estaba repleta de diplomas que al fin y al cabo no decían nada que no supiéramos ya, todas esas horas que se pasó dentro de la biblioteca con la única compañía de montañas de libros y se perdía entre sus páginas y sus maneras de pensar. Mi cuñado siempre ha sido superior a mí en todo lo que equivale el peso del cerebro, ya sea ajedrez, damas y maneras para insultar a las personas de una manera inteligente, era una… rata de laboratorio, porque todo el mundo se reía de él en la facultad, hombre de provecho, claro pero te aprovechabas de él en mayor parte.

El hermano de mi mujer, puede que tuviera muchas cualidades buenas, pero ninguna para poder sobrevivir en una jungla como en la que vivimos hoy en día, llena de inmigrantes, macarras y otras cosas por el estilo, puedo parecer duro, pero todas estas personas son las que, por desgracia salen en las noticias casi cada día. Mi psicólogo, amigo, compañero de borracheras y alguna que otra apuesta de por en medio era de la siguiente manera: un tío despejado (sobre todo porque se le empezó a caer el pelo desde que salió del vientre materno, bueno quizás un poco después), todo su cuerpo era de estructura enhiesta y altiva a la vez (hasta que hablabas con él y descubrías que le tenía miedo hasta al soplar del viento) y sobre todo un buen amigo. Siempre que salía con él o con Leticia, su mujer y él me lo pasaba francamente bien, incluso en los momentos en los que tanto él como ella empezaban con el rollo de buscar pareja, que tres años es mucho tiempo y tendría que enderezar mi camino acompañado por una segunda persona que me apoye.

Mi hija se dedicaba a hacer de casamentera, pero claro, mi hija tenía un problema y, es que todas esas mujeres que me presentaba o me decía “mira esa de ahí, ve y dile algo”, yo simplemente la observaba callado pensando “madre mía si podría ser tu hermana por Dios”. Suelen ser mujeres, bueno mejor dicho chicas que no son, para empezar listas, en segundo tienen una conversación más bien tirando a Gran Hermano y muchos otros programas del corazón, y que me vengan con eso no me parece del todo bien, porque yo soy más listo. Para que os hagáis una idea, cuando hablo con una chica y le pregunto por el libro que está leyendo, no quiero que tarde media hora en responder y tras ese largo periodo de tiempo me diga “Cosmopolitan especial utensilios de belleza” o alguna paparruchada por el estilo, no sé cómo explicaros mi vida, pero os intento haceros a la idea.

Por ejemplo el otro día quedé con una mujer, parecía madura, guapa, inteligente, lo tenía todo pero como todo lo bueno tiene muchos contras. Para empezar lo de que parecía madura es porque era la única con más de treinta años con la que había quedado, creo que por lo que me comentó Ángel era su profesora de matemáticas cosa a la que pensé “si yo hubiera tenido una profesora así, sabiendo lo que sé ahora…”, uno de sus contras más visibles era que tenía la mirada perdida y por mucho que le preguntaras o dijeras, era igual, ella seguía en su atmosfera, absorta en todo aquello que nos rodeaba, yo no soy muy puntilloso, pero puedo decir, y lo digo sin ánimo de ofender, que desde el principio me olí lo peor. A medida que iba pasando la velada y le iba contando mis cosas, ya sabéis: lo mal que lo pasa uno cuando ve a su mujer con un disparo entre ceja y ceja, el tener que cuidar a una niña, la cual tenía mucho trato con su madre, etc. Ella solo hacía que asentir, hasta que después de tres cuartos de hora, alzó la vista con una cara de histérica y con los ojos rojos y soltó un alarido de terror, al girarme vi a un hombre de mi edad con una veinteañera con un buen tipo, al poco después me enteré que en realidad ese tipo era el marido de la profesora de mi hija, que me habían tratado de cebo. Cuando llegué a casa se lo dejé caer a Ángel y ella simplemente sonrió y continuó de la siguiente manera:

-Si hombre, te iba a comentar que era una mujer casada, con un tío que le pone los cuernos con sus propias alumnas.

-Entonces ¿por qué coño me has hecho quedar con ella?

-Está claro, porque esta señora, la profesora Güito necesita como tú un buen meneo, además también le tenía que enseñar de alguna manera lo que todo el mundo sabe de su marido, por eso hice una reserva en ese restaurante.

-Cariño y yo que pensaba que era el que tenía una mente retorcida, eso es porque no te había oído hablar a ti, de esta manera, te castigaría pero… me encanta que seas así, lo siento si te sientes defraudada.

-Para nada, de hecho me importa un huevo lo que pienses de mí, ya es suficiente lo que pienso yo de ti papá, no hace falta que pensemos el uno en el otro.

Y así fue, cada uno siguió con su camino, mi hija me seguía presentando a “conocidas” suyas, pero como la cosa iba de mal en peor, pues eso ya salía por compasión con ellas, muchas veces incluso les mordía inconscientemente, sí en plan: si ella me preguntaba que tal estaba yo simplemente le contestaba que a ella, en particular le importaba una mierda porque por no hacer, ni me conocía.

Hay algo que no os he comentado aún y creo que para esta historia es bastante importante, mi cuñada es una mujer bastante amable con la gente, en todos los aspectos, lo pasó muy mal cuando Eugenio se tiró por el camino de la ludopatía y otras cosas que ahora no vienen al caso, pero el tiempo demuestra como son las personas. Yo estaba destrozado por lo sucedido con el arma de bajo calibre que tenía guardada en el cajón de la mesilla de noche, mi cuñado se sentía culpable por no poderle dar la ayuda necesaria a su hermana, y Leticia, bueno ella en realidad necesitaba cariño, hasta que un buen día aparecí yo en el umbral de su casa llorando. Los dos sabíamos que sucedía pero ninguno dijo nada más que “no pases pena, lo entiendo, no tenemos porque sentirnos culpables, así es la vida”, pasábamos noches y noches, los dos camuflados entre las sábanas de mi doctor que a su vez era mi cuñado, me sentía como un cerdo, pero si me paraba a pensar… en realidad él no estaba allí para preguntarle cómo estaba a su mujer, para eso ya me encargaba yo.

Fueron muchas las semanas que mi psicólogo desaparecía para correr detrás de una yegua ganadora o detrás de algún veintiuno ganador, pero nunca sucedía y siempre volvía a casa debiendo dinero a algún malnacido que le “marcaba” la cara para que pagara a la siguiente, una cosa que nunca llegó a entender, pero siempre volvía con el mismo cuento.

Mi cuñado, desde que murió su mujer, es el hombre más desgraciado de la Tierra, se cerró en banda y de allí no sale. El día menos pensado encontraré un titular en el que rece: “psicólogo se suicida, tras una gran pérdida, se encontró entre agua encharcada en sangre y una nota que decía “esto se lo dedico a todos aquellos que me habéis pedido ayuda alguna vez, lo siento Leti, siempre te he querido” o algo por el estilo, es así de teatral, no puedo hacer nada si es seguidor de Shakespeare, en definitiva le gusta mucho el cuento. Aunque me tiene desconcertado porque el otro día se acercó a mí y me preguntó:

-Tomás, Leticia me pone los cuernos.

-No digas tonterías ¿no ves que estás paranoico?

-Que no, que el otro día la encontré con un tío en la cama, no fui a las carreras de los jueves por la noche y la encontré con un hombre en la cama.

-Debían estar jugando cartas.

-¿En pelotas?

-Los siento, yo pensaría lo mismo que tú, simplemente era para romper un poco el hielo.

-Pues que sepas que no hace nada de gracia.

Lo cierto es que yo el jueves no estuve con ella, porque tenía una cita con una “conocida” de mi hija Ángel, pero por lo que le entendí era que a mi cuñada le gustaba mucho lo de dar cariño a piernas abiertas. Total que seguimos con la conversación.

-Tomás por favor ayúdame, sé que haces mucho por mí, pero es mi mujer y me está poniendo…- hizo un gesto como si tuviera algo en la cabeza, de gran tamaño- ni lo puedo decir, ya me entiendes lo que quiero decir.

Así que mirad que tengo que buscar, me tengo que encontrar a mí con las manos en la masa, un chollo si me paro a pensar, pero también me mosquea el compartir una mujer a la que quiero tanto, aunque la comparta con mi cuñado, vale porque somos de la familia y hay confianza, pero en sí, me mosquea el compartirla con más gente.

-¿Dónde estás?- me pregunta Eugenio.

-¿Dónde tengo que estar? Es que estaba pensando quien puede ser el desgraciado que te está haciendo esto- en realidad pensaba que le iba a hacer a Leticia la siguiente noche que él no estuviera, lo que pasa es que ahora tendré que buscarme un hotel, porque en su casa no podrá ser.

Bueno, si no os dais cuenta es que no prestáis mucha atención, en este “personaje”, un tanto singular, solo hacen que rondar pecados y más pecados quien quiera apostar aun está a tiempo porque los caballos descansan en sus establos, aunque la veda ya ha caído. ¿En qué pecado desembocará la historia? Ni yo lo sé, conociendo al protagonista, cualquier cosa me la creo.