sábado, 22 de noviembre de 2008

Con ánimo de ofender 2

La consulta de Eugenio Alférez era bastante coqueta, estaba repleta de diplomas que al fin y al cabo no decían nada que no supiéramos ya, todas esas horas que se pasó dentro de la biblioteca con la única compañía de montañas de libros y se perdía entre sus páginas y sus maneras de pensar. Mi cuñado siempre ha sido superior a mí en todo lo que equivale el peso del cerebro, ya sea ajedrez, damas y maneras para insultar a las personas de una manera inteligente, era una… rata de laboratorio, porque todo el mundo se reía de él en la facultad, hombre de provecho, claro pero te aprovechabas de él en mayor parte.

El hermano de mi mujer, puede que tuviera muchas cualidades buenas, pero ninguna para poder sobrevivir en una jungla como en la que vivimos hoy en día, llena de inmigrantes, macarras y otras cosas por el estilo, puedo parecer duro, pero todas estas personas son las que, por desgracia salen en las noticias casi cada día. Mi psicólogo, amigo, compañero de borracheras y alguna que otra apuesta de por en medio era de la siguiente manera: un tío despejado (sobre todo porque se le empezó a caer el pelo desde que salió del vientre materno, bueno quizás un poco después), todo su cuerpo era de estructura enhiesta y altiva a la vez (hasta que hablabas con él y descubrías que le tenía miedo hasta al soplar del viento) y sobre todo un buen amigo. Siempre que salía con él o con Leticia, su mujer y él me lo pasaba francamente bien, incluso en los momentos en los que tanto él como ella empezaban con el rollo de buscar pareja, que tres años es mucho tiempo y tendría que enderezar mi camino acompañado por una segunda persona que me apoye.

Mi hija se dedicaba a hacer de casamentera, pero claro, mi hija tenía un problema y, es que todas esas mujeres que me presentaba o me decía “mira esa de ahí, ve y dile algo”, yo simplemente la observaba callado pensando “madre mía si podría ser tu hermana por Dios”. Suelen ser mujeres, bueno mejor dicho chicas que no son, para empezar listas, en segundo tienen una conversación más bien tirando a Gran Hermano y muchos otros programas del corazón, y que me vengan con eso no me parece del todo bien, porque yo soy más listo. Para que os hagáis una idea, cuando hablo con una chica y le pregunto por el libro que está leyendo, no quiero que tarde media hora en responder y tras ese largo periodo de tiempo me diga “Cosmopolitan especial utensilios de belleza” o alguna paparruchada por el estilo, no sé cómo explicaros mi vida, pero os intento haceros a la idea.

Por ejemplo el otro día quedé con una mujer, parecía madura, guapa, inteligente, lo tenía todo pero como todo lo bueno tiene muchos contras. Para empezar lo de que parecía madura es porque era la única con más de treinta años con la que había quedado, creo que por lo que me comentó Ángel era su profesora de matemáticas cosa a la que pensé “si yo hubiera tenido una profesora así, sabiendo lo que sé ahora…”, uno de sus contras más visibles era que tenía la mirada perdida y por mucho que le preguntaras o dijeras, era igual, ella seguía en su atmosfera, absorta en todo aquello que nos rodeaba, yo no soy muy puntilloso, pero puedo decir, y lo digo sin ánimo de ofender, que desde el principio me olí lo peor. A medida que iba pasando la velada y le iba contando mis cosas, ya sabéis: lo mal que lo pasa uno cuando ve a su mujer con un disparo entre ceja y ceja, el tener que cuidar a una niña, la cual tenía mucho trato con su madre, etc. Ella solo hacía que asentir, hasta que después de tres cuartos de hora, alzó la vista con una cara de histérica y con los ojos rojos y soltó un alarido de terror, al girarme vi a un hombre de mi edad con una veinteañera con un buen tipo, al poco después me enteré que en realidad ese tipo era el marido de la profesora de mi hija, que me habían tratado de cebo. Cuando llegué a casa se lo dejé caer a Ángel y ella simplemente sonrió y continuó de la siguiente manera:

-Si hombre, te iba a comentar que era una mujer casada, con un tío que le pone los cuernos con sus propias alumnas.

-Entonces ¿por qué coño me has hecho quedar con ella?

-Está claro, porque esta señora, la profesora Güito necesita como tú un buen meneo, además también le tenía que enseñar de alguna manera lo que todo el mundo sabe de su marido, por eso hice una reserva en ese restaurante.

-Cariño y yo que pensaba que era el que tenía una mente retorcida, eso es porque no te había oído hablar a ti, de esta manera, te castigaría pero… me encanta que seas así, lo siento si te sientes defraudada.

-Para nada, de hecho me importa un huevo lo que pienses de mí, ya es suficiente lo que pienso yo de ti papá, no hace falta que pensemos el uno en el otro.

Y así fue, cada uno siguió con su camino, mi hija me seguía presentando a “conocidas” suyas, pero como la cosa iba de mal en peor, pues eso ya salía por compasión con ellas, muchas veces incluso les mordía inconscientemente, sí en plan: si ella me preguntaba que tal estaba yo simplemente le contestaba que a ella, en particular le importaba una mierda porque por no hacer, ni me conocía.

Hay algo que no os he comentado aún y creo que para esta historia es bastante importante, mi cuñada es una mujer bastante amable con la gente, en todos los aspectos, lo pasó muy mal cuando Eugenio se tiró por el camino de la ludopatía y otras cosas que ahora no vienen al caso, pero el tiempo demuestra como son las personas. Yo estaba destrozado por lo sucedido con el arma de bajo calibre que tenía guardada en el cajón de la mesilla de noche, mi cuñado se sentía culpable por no poderle dar la ayuda necesaria a su hermana, y Leticia, bueno ella en realidad necesitaba cariño, hasta que un buen día aparecí yo en el umbral de su casa llorando. Los dos sabíamos que sucedía pero ninguno dijo nada más que “no pases pena, lo entiendo, no tenemos porque sentirnos culpables, así es la vida”, pasábamos noches y noches, los dos camuflados entre las sábanas de mi doctor que a su vez era mi cuñado, me sentía como un cerdo, pero si me paraba a pensar… en realidad él no estaba allí para preguntarle cómo estaba a su mujer, para eso ya me encargaba yo.

Fueron muchas las semanas que mi psicólogo desaparecía para correr detrás de una yegua ganadora o detrás de algún veintiuno ganador, pero nunca sucedía y siempre volvía a casa debiendo dinero a algún malnacido que le “marcaba” la cara para que pagara a la siguiente, una cosa que nunca llegó a entender, pero siempre volvía con el mismo cuento.

Mi cuñado, desde que murió su mujer, es el hombre más desgraciado de la Tierra, se cerró en banda y de allí no sale. El día menos pensado encontraré un titular en el que rece: “psicólogo se suicida, tras una gran pérdida, se encontró entre agua encharcada en sangre y una nota que decía “esto se lo dedico a todos aquellos que me habéis pedido ayuda alguna vez, lo siento Leti, siempre te he querido” o algo por el estilo, es así de teatral, no puedo hacer nada si es seguidor de Shakespeare, en definitiva le gusta mucho el cuento. Aunque me tiene desconcertado porque el otro día se acercó a mí y me preguntó:

-Tomás, Leticia me pone los cuernos.

-No digas tonterías ¿no ves que estás paranoico?

-Que no, que el otro día la encontré con un tío en la cama, no fui a las carreras de los jueves por la noche y la encontré con un hombre en la cama.

-Debían estar jugando cartas.

-¿En pelotas?

-Los siento, yo pensaría lo mismo que tú, simplemente era para romper un poco el hielo.

-Pues que sepas que no hace nada de gracia.

Lo cierto es que yo el jueves no estuve con ella, porque tenía una cita con una “conocida” de mi hija Ángel, pero por lo que le entendí era que a mi cuñada le gustaba mucho lo de dar cariño a piernas abiertas. Total que seguimos con la conversación.

-Tomás por favor ayúdame, sé que haces mucho por mí, pero es mi mujer y me está poniendo…- hizo un gesto como si tuviera algo en la cabeza, de gran tamaño- ni lo puedo decir, ya me entiendes lo que quiero decir.

Así que mirad que tengo que buscar, me tengo que encontrar a mí con las manos en la masa, un chollo si me paro a pensar, pero también me mosquea el compartir una mujer a la que quiero tanto, aunque la comparta con mi cuñado, vale porque somos de la familia y hay confianza, pero en sí, me mosquea el compartirla con más gente.

-¿Dónde estás?- me pregunta Eugenio.

-¿Dónde tengo que estar? Es que estaba pensando quien puede ser el desgraciado que te está haciendo esto- en realidad pensaba que le iba a hacer a Leticia la siguiente noche que él no estuviera, lo que pasa es que ahora tendré que buscarme un hotel, porque en su casa no podrá ser.

Bueno, si no os dais cuenta es que no prestáis mucha atención, en este “personaje”, un tanto singular, solo hacen que rondar pecados y más pecados quien quiera apostar aun está a tiempo porque los caballos descansan en sus establos, aunque la veda ya ha caído. ¿En qué pecado desembocará la historia? Ni yo lo sé, conociendo al protagonista, cualquier cosa me la creo.

1 comentario:

Ana M. dijo...

Quin personatge!!.Me ha encantado y ya puedes ir dándote prisa para publicar la tercera parte, sí señor!...m dió penita terminar de leer esta entrada, se me hizo cortita!.

^^Muack.