viernes, 27 de febrero de 2009

Añoranza

En la campiña, donde las vastas parras dejan ver esas lágrimas de color burdeos, donde tan solo se ven callejas, donde no solo hay más que tierra y polvo, si no también sueños e ilusiones.

Don Marzino estaba esperando desde hace días un nueva de su querida hija Isabella, la cual dejó marchar por los caminos de una España moderna y civilizada, mucho más aún que en la tierra donde él vivía desde que fue un piccolo bambino cuando su mamma le preparaba toda esa repostería que ahora tan solo quedaba en las mentes más privilegiadas como en su caso la suya. Pero en cambio para sus hijas no quería lo mismo, simplemente soñaba que fueran felices, sin formar parte del “trabajo familiar”, que era la mafia. De entre los familiares, se incluían su sobrino Fausto, su hermano Cristo y una docena de esbirros más que le sirvieron lealtad hasta el fin de sus vidas. Pero esa vida no la deseaba para ninguna de sus pupilas, que eran cuatro en total, estaba María, Cecilia, Anna y por último y más querida, Isabella, la pequeña y dulce niña, que se fue unos meses atrás con un hombre bastante rico que le prometió sacarla en revistas, televisión e incluso prometió hacerle una constelación con su nombre, también le juró y perjuró que tardaría un tiempo ya que quería encontrar un buen fotógrafo que la supiera plasmar sobre el papel y eso daría mucho tiempo.

Lo único que sabía de ella era, que estaba en Hawaii de luna de miel, a partir de allí no supo nada más que la echaba de menos, en falta y que necesitaba, al menos, leer sobre ella. No se habían distanciado nunca, incluso cuando Don Marzino tenía que hacer algún pago o cobro de los típicos morosos, siempre se la llevaba, solía tenerla encima de los hombros, mientras el no hacía más que aguantarle las rodillas para que no cediera por el peso, ella era la que extendía los brazos para agarrar muy fuerte el sobre entregado. Incluso acompañando a su padre se daba cuenta de que el mundo no es tan perfecto como lo pintan desde los ojos de cualquier otro niño, cuando se dio cuenta el capo de todo este entresijo de situaciones, que a simple vista parecían absurdas, pero que en sí no lo eran. Decidió enviarla lejos, donde la mano de la vendetta, venganza, no la cogieran tan fuertemente como cogía ella los sobres con ese dinero tan necesario en momentos difíciles.

La casa donde vivía era lujosa, incluso en los marcos de las puertas, que decir que era una herencia familiar, que iba pasando de generación en generación. Él, era el decimo quinto capo de la familia Marzino, pero lo que decían por las calles sobre su personalidad y temperamento, no eran más que simples leyendas, es cierto que tenía esa rabia animal como para parar trenes o incluso yates, pero tan solo con la gente que no seguía las normas. La parcela donde se encontraba la vivienda, estaba dotada de unas vistas bastante buenas, que brindaban las llanuras del Milán más hermoso, el del verde de la hierba y el azul del cielo, en esa parcela, en esa atmosfera, no había más que buenas personas y simplemente todos se trataban con respeto, lo que recordaba Don Carlo, que así se llamaba, era la inmundicia de las calles, donde, cuando menos te lo esperas, siempre hay un iniciado o algún sicario que te intenta, de cualquier manera, matar, robar o incluso violar, si eras una mujer bastante hermosa y un poco desinhibida. Carlo, mientras esperaba la llegada de tal carta, tan solo podía mirar por la ventana y soñar, mientras el alma se le partía al poder ver que su esencia, su alma, su calor, su gracia, sus movimientos, todo, se habían marchado por miedo a que alguien le hiciera daño por su culpa, por tener un padre irresponsable.

De las ventanas entraba un candor matinal muy harmonioso, relucía toda la habitación del Don y dejaba ver esas huesudas manos que, con el paso de los años, se habían quedado como ñeques ramas de un árbol seco que tiemblan tan solo cuando oye el susurro del viento, se sentía más viejo de lo normal y todo venía desde que su querida hija se marchó de su lado, tenía que cumplir sesenta años, pero le pesaban tanto que parecía que sobre los hombros tan solo había pesadumbre y desvaríos intensos, como bien rezaba en el árbol genealógico, muchos de sus parientes, muchos muertos ya padecía de artrosis y que el tiempo pasara tan deprisa, al menos a su parecer, no le ayudaba, ahora su Isabella, había partido y él no podía mirar más que a su ventanal para ver el paisaje que no hacía más que armonizar una muerte segura, una muerte por pena.

3 comentarios:

lys dijo...

Me gusta este blog, tendré que entrar con más tiempo

Leni dijo...

Muy..muy buena tu forma de relatar.
Directa y descripiva.
te sigo ..
Un beso

Anónimo dijo...

Amigo Lan! / Me encantó la historia. / Eres muy bueno también fuera del mundo de la poesía. / Te felicito! / Querías un mail para contactarme? Pues ahi te lo obsequio: reinaonix77@hotmail.com / Espero noticias tuyas! / Un beso o 2!