lunes, 8 de septiembre de 2008

Conóceme XXXIII

E

l camino a casa de Alfonso, fue arduo y cansado. Yo no hacía más que pensar en cómo me iría la vida, ahora que mi mujer decidí tomar otro camino en el cual no estaba invitado yo. Alfonso, por otra parte me intentaba consolar y negociar mi alegría. Me contaba chistes, aunque no supiera, él los contaba, me contaba de sus proyectos nuevos, los cuales no llegaban muy lejos porque ahora no tenía la inspiración que tenía que tener, pero bueno, esperaba verla dentro de poco.

-Armando, que sepas que ahora te llevo a casa, por favor, no te mofes de las cosas que me rodean, ya sea profesional, como personalmente.

-Alfonso, he cambiado, para empezar ya no me tiro las almohadas, que eso ya es un paso.

-Yo te lo digo porque te conozco.

Mientras, llegamos a la casa, que tenía un portal de esos del siglo XIX. Era una de esas puertas de madera que tenía refuerzos de hierro y en medio, dejaba ver un escudo, que era el de la familia, que era una especie de flor rodeada por un círculo, todo esto estaba labrado con hierro también. La puerta, por lo que daba a entender debía pesar un quintal. Al abrir la puerta, dejó ver una atmósfera tórrida y aburrida, con una mezcla de pobreza y desesperación. A lo lejos se podía vislumbrar una silueta, de una persona ya mayor sentado en una silla de mimbre.

-¿Quién anda allí?- preguntó la silueta en la penumbra- os juro que voy armado.

-Papá somos de los buenos- se giró para mí y me comentó- ahora cree que está en la guerra del no sé donde luchando contra tribus, cree que esto es el fuerte. Era por eso que decía no te rías.

-No pases pena.

-¿Qué división lleváis?

-La del Führer.

-Ah, sois alemanes, menos mal, pensaba que nunca llegaríais.

-Aquí en Italia, está pasando de todo. Los judíos se revelan a las ordenes del generalísimo y no hacemos más que matar a judíos por no querer respetar la voluntad de un superior.

-¿Qué coño pasa aquí?

-Pasa, que mi padre desde que tiene Alzheimer, solo hace que pensar en que está en las tropas italianas, al mando de una división no sé qué y siempre está esperando la visita del generalísimo Adolf Hitler, a quien adora, por eso perdona por lo que voy a hacer.- Alfonso se arrodilló en el regazo de su padre y le susurró algo al oído, el padre me miró con una alegría con la que no me habían mirado nunca, pero pude notar que había gato encerrado.

-Hitler, cuánto tiempo esperando este momento, perdone por mis ropajes pero es que, como estamos de campañas y esas cosas, no me he podido vestir de gala ¿qué le hace venir por estas tierras?

No sabía exactamente que decir ni que hacer, pero me aventuré.

-Las cosas en Alemania van viento en popa, pero como soy tan curioso quería ver a los soldados aliados, a ver cómo le va el trabajo, veo que aquí las cosas andan bien, y por tanto le tendré que dar una medalla- llevaba una camisa, así que me fue fácil el tenerme que arrancar un botón y ponérselo en la solapa de su pijama a rayas, mientras, yo iba diciendo- por el honor que me concede el estado de nuestras tropas alemanas, le concedo la medalla de lealtad, con esto y una buena tanda de matar judíos, franceses y otras sabandijas que Dios ha dejado para exterminar, le prometo que le ofreceré otra por carisma.

-Gracias Fürher, nunca pensaba de que le vería, pero ¿por qué no lleva bigote?

-Porque, sinceramente, no se lo diga a nadie, pero- me acerqué al oído del viejo Colom y le susurré- es de pega, es que como a las alemanas de hoy en día, les gusta mucho, pues por eso me lo pego y al final del día me lo quito, hoy como he salido de Alemania, pues me lo he quitado porque sé que a las italianas les gustan sin.

-Que bueno Führer, que bueno, ahora cada vez que le oiga dando un discurso o lo pueda ver con el bigote puesto, recordaré sus palabras. Sin olvidar que cada vez que vaya a Alemania me haga un bigote igual.

-Hágalo y no olvide de llamarme.

Alfonso estaba, como un buen soldado, esperando nuevo aviso, su padre se abrió a mí y yo a él en seguida, pero había algo que no me había contado, así que me levanté y dije:

-Soldado Colom- para seguir la gracia de la historia- ¿podría venir un momento?- el accedió y entonces, solo entonces fue cuando pude ver que estaba llorando- ¿por qué llora? No diga porque es que no ve a la suegra, ni porque su mujer se ha ido con otro ¿no será de felicidad?

-Es de felicidad- empezó a sollozar más y más, y entre esos llantos logró decirme- es la primera vez que veo a mi padre despierto, me refiero a que al menos siguiendo esta payasada, se ríe, se divierte, yo he estado meses intentando lo que tú has conseguido en un momento, Armando lo siento, pero marchémonos.

-Bueno señor…

-Tucciani.

-Señor Tucciani, tengo que marcharme las tropas me esperan, me espera un día largo en tren, tenemos que llegar a las frías tierras del Este ¿no es así soldado?- Alfonso sin decir palabra asintió a lo lejos, entre las sombras, para que su padre no lo viera llorar- Allí supongo que también me tendré que poner el bigote porque con el frío que hace en esta temporada del año.

El padre de Alfonso me saludo como cualquier soldado saluda a un superior, pero pude ver en sus ojos una tristeza profunda. Al poco de irnos me di la vuelta y observé como el padre de Alfonso tocaba la “medalla de lealtad” que había conseguido, como si aun no se lo creyera. Fue un momento bastante sentimentalista por llamarlo de alguna manera, pero al escribir este fragmento de historia, aún ahora se me ponen los pelos de punta. Alfonso tenía cosas aún por contar y yo, estaba para escucharlas todas.

No hay comentarios: