martes, 9 de septiembre de 2008

Conóceme XXXIV

L

a salida de casa de los Colom, fue algo emotiva, porque ni Alfonso ni yo, esperábamos en ningún momento la reacción que tuvo el padre, al ver a Adolf Hitler en persona, la situación al principio me parecía algo cómica, pero a medida que iba metiéndome en el papel, llegué a pensar que era alemán de verdad. En cambio Alfonso lo único que se llevó fue un disgusto, porque después de tantos meses, intentando que su padre sonriera, que su padre reaccionase, después de tantos quebraderos de cabeza, va un cualquiera como yo y consigue hacer lo que él siempre ha soñado.

-Armando te tengo que decir unas cuantas cosas.

-¿Qué plato he roto ahora?- una frase que solía decir cuando se acercaban, como ahora se estaba acercando Alfonso.

-Gra… gracias, no me imaginaba el ver a mi padre así, de esta manera.

-Si quieres entro y le cuento chistes relacionados con judíos.

-Tampoco te pases ¿qué quieres, qué de la risa le pegue un ataque al corazón?

-No, simplemente despertarlo de su letargo.

Entonces, lo único que noté a continuación fue un abrazo que me dejó sin aire casi, de sus ojos notaba como iban cayéndome las lágrimas que ya habían caído, pero ahora caían con más fuerza.

-Armando ¿te importaría acompañarme?

-No ¿dónde quieres ir?

-A dar una vuelta con el coche, ya sabes que me relaja, y ahora que estamos en media tarde, con un día espléndido de principios de Septiembre, aprovechemos la ocasión venga.

-De acuerdo, pero rápido porque quiero llegar pronto a casa.

-¿Para qué?

-Para tener controlada a Inés.

No se dijo nada más hasta que llegamos al coche, entonces solo se preguntó que ruta cogeríamos, para poder tranquilizarnos. Decidimos tomar la ruta de Costa d’ en Blanes. El camino estaba bastante bien, era ir por autopista, pero el ver cómo caía el día en una de las partes más altas de Mallorca, era indiscutiblemente bello.

De camino hacía el paraíso perdido, un paraíso lleno de ricachones y mucha gente, por llamarla de alguna manera pija, pero en realidad los llamábamos así por envidia. Cogimos la salida que iba para el polígono de Son Castelló, pasando por la parte trasera del hipódromo son Pardo y cogiendo la carretera del autopista. Era un día soleado, que empezaba a caer, dentro del coche, había una atmosfera, más bien tirando a agradable, escuchando discos de John Coltrane y otros músicos de jazz, bastante antiguos como Art Tatum y Charlie Parker ¿qué le voy a hacer si Alfonso le gustan estos músicos? Yo soy más de los grupos de los ochenta y de allí no me sacan, pero lo cierto es que era agradable.

Fuera solo estaban luces fugaces que pasaban, igual que los paisajes que pasaban como diapositivas. Pero era agradable el sentir la velocidad del coche y ver esas cosas, la compañía era buena y hacía sentir unas sensaciones buenas para el organismo, tan buenas como para olvidar todo tipo de problemas.

Entramos por la autopista, pasamos por el túnel, ya quedaba menos para llegar al lugar, donde en realidad era nuestro destino. Alfonso estaba pensativo, no gozaba en preguntarle nada, no fuera cosa que rompiera todo tipo de experimento que estuviera pensando.

Al llegar a la famosa cuesta de sa Costa d’ en Blanes, subimos, hicimos todas las curvas y una vez arriba, cuando se podía ver que habían dejado como una especie de barco, vimos que no había mucho que ver, así que volvimos a bajar, hasta donde recordaba había un parque donde tenía una especie de mirador que te dejaba ver todo lo que se podía ver de la isla en ese punto, toda la costa de la parte de Calvia.

Mientras teníamos ese bufet de imágenes entre nuestros ojos, Alfonso pareció despertar de su letárgico sueño despierto para empezar a hablar.

-Armando, supongo que sabrás que lo del cambio a todos nos ha ido bien ¿no es así?

-Sí.

-Entonces permíteme otra pregunta ¿te molestaría que tu vida cambiara incluso de mujer?

-Hombre, ya sabes lo que pasó la última vez que se habló de ello, sabes que me gusta Blanca, pero por motivos personales, entiéndeme, quiero a mi mujer.

-Yo no te digo eso ¿a ti te apetecería el hablar algún día con alguien, que tú amaras?

-Sabes la respuesta, lo que no sé es donde quieres llegar.

-Verás, es que es muy gracioso, Blanca me llamó, perdón me escribió una carta- me hizo una señal, en plan, espera que hay más- ya sé que vive dos pisos al lado de mi casa, pero es una chica a la cual le gusta mucho escribir, digamos que la carta la recibí, un día o dos antes de quedar para arreglar lo de Charlie- sacó una bola de papel, totalmente arrugada y la abrió, alisando un poco para que se viera bien el contenido, luego me la pasó- te recomiendo que la leas en este parque y mirando las estrellas, supongo que cosas como esta son las que me hacen falta, yo estaré por aquí, pululando como siempre, pensando en mi hija, mi mujer y mi padre.- Accedía leer la carta que tenía entre mis manos, lo cierto es que no fue muy difícil saber que era de ella, aún ahora tenía su aroma entre las palabras.

Querido Alfonso:

Supongo que esta carta no será de tu agrado, pero te escribo para que sepas que noto algo especial por un hombre al cual juré no querer más. Estoy exhausta, perpleja y lo que es peor enamorada, cada día más. Mis sueños son cada día más ardientes, mis palabras cada vez más amorosas y, mientras en la distancia veo reflejos de un mar que me lo trae y me lo arrebata a la vez. Señor dame fuerzas para concentrarme y dejar de pensar, para actuar de una vez. Por si no lo has entendido aún se trata de Armando, tu amigo. Por favor ayúdame.

Firma: Blanca.

Resulta que de entre mis manos cayó la única prueba que tenía de que Blanca Verdaguer seguía enamorada de mí. Me levanté miré al horizonte y lo único que pude hacer fue gritar al mar, un llanto de alegría bravo a la vez que dominante. Alfonso se puso otra vez a llorar pero esta vez por mí, entendió que por mucho que dijera, por mucho que dejara de hacer, seguiría siendo el chico incontrolable que había sido siempre.

-Bueno una vez leída la carta, supongo que tendrías que llamarla, espera unos- hizo cálculos- tres días, estará más contenta.

-Te haré caso, pero dime una cosa- asintió con la cabeza- ¿desde cuándo sabías esto?

-Veamos- volvió a pensar- mi hija ahora tiene ¿seis meses? Sí, eso mismo, pues un año a lo sumo, la verdad es que lo del embarazo de Anna, sirvió para algo más que para celebrar el nacimiento de mi hija, sirvió para que te dieras cuenta de las cosas. Sé que ella te besó, pero supongo que la tendrías que llamar dentro de unos tres días y la harías feliz, créeme que sigo siendo Alfonso Colom, preséntate con un ramo a su casa, veras que alegría.

-Te haré caso Alfonso como siempre.

Por mucho que lo quisiera cambiar, Alfonso seguía siendo el mismo de siempre, ayudaba a los demás, aunque las cosas no le fueran bien, aunque hubiera maremotos, fuera lo que fuera, siempre acababa ayudando, pero a veces iba bien.

Volvimos a casa, Alfonso me dejó en el portal de casa de Inés, pero ya no quería subir como otras noches antes, rompía cualquier alegría que tuviera, el pensar que Inés me había tomado el pelo, era algo imperdonable, pero el pensar que Blanca me esperaba, me agradaba mucho más la idea. El camino iba alisándose para todos. Aunque el ver a Alfonso con su padre, pensé en ir de vez en cuando a regalarle más “medallas de lealtad” al señor Tucciani.

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