lunes, 28 de abril de 2008

Arte

E

n las paredes colgaban cartones, troceados y encerados, metidos en bonitos marcos, y en el lado inferior izquierdo, colgaba un precio bastante elevado. Todos los cuadros superaban los mil quinientos euros y algunos incluso los diez mil.

En la sala donde se exponían todas estas obras de arte estaban todos y cada unos de los críticos de exposición, artistas y otros zorros del gremio. Se encontraban Ricardo Amortaja y Carlos Altaja, dos grandes críticos del arte moderno, mentes brillantes a la hora de catalogar una pieza.

Ricardo Amortaja, antes de ser un crítico respetado, fue artista de mucho nombre, por eso explicaba el qué de toda su sabiduría. Pero un buen día dejó de exponer, nadie sabe muy bien porque, pero dejó correr un gran telón de color negro entre la vida de artista bohemio y su vida en sí. Dejó de aparecer por esos círculos que los propios depredadores, por así decirlo, coincidían bastante. Pero al cabo de unos cuantos años, apareció en un diario de fama mundial, un nombre que nadie esperaba volver a ver, ya sea por tristeza u olvido; esta vez apareció como crítico, y lo cierto es que lo hacía casi tan bien como el dibujar o esculpir, como antaño, volvió Ricardo Amortaja, pero esta vez criticando, y/o apoyando.

Por otra parte Carlos Altaja, que ya desde becario era crítico, sin comerlo ni beberlo, alcanzó un estatus social muy grande, en el mundo del arte. Muchos fueron los artistas que, aún hoy en día tienen depresiones por su punto de vista, y otros en cambio, se llenan los bolsillos, es respetado, a la vez que temido, y nunca ofrece la otra mejilla, en cuestión de negocios. Hilarante y cínico es un gran padrino al que acogerse.

-Encuentro que el arte de Antolucci tiene un arte un tanto acartonado en el mundo del arte, ¿no es así caballeros?- Se veía en los ojos del artista que era feliz al exponer por primera vez delante de tantos colosos, que un día soñó en ser como ellos, puesto que no paraba de soltar bromas como esa en toda la noche. Enrico Antolucci, era un artista que había llegado a un apogeo en el mundo por vivir entre cartones durante muchos años. Y gracias a ellos se hizo famoso.

Tanto el crítico, como el artista derrumbado y solitario dejaron sus libretas y se miraron mutuamente, por una décima de segundo. Aunque entre ellos saltaban chispas, había momentos como esos que helaban la sangre de cualquiera, tensos y a la vez con un aire de complicidad y celosía que daba miedo verlo.

El resto de la noche fue como siempre suelen ser, en estos casos, larga, aburrida y llena de mucha hipocresía. Y cada personaje al final de la velada se fue para su correspondiente camino, su vida; y dejar a un lado, esa extravagante e ilusoria vida, que era la de cuadros, esculturas, fotografías e incluso alguna que otra modelo desnuda encima de un taburete posando.

Carlos, que en realidad era padre de dos hijos, y gracias a toda esa fama que tenía se pudo permitir uno de los palacetes mallorquines más grandes y lujosos de Mallorca. Que se encontraba en una travesía de la calle San Miguel. Su mujer, a la vez que secretaria, era afortunada por tener como marido a un hombre tan elegante y bien considerado por su profesión. Fue un romance que no duró mucho, porque al poco quedó embarazada de Miguelito el primer hijo de la familia y de repente se casaron; hacían buena pareja, y estaban muy bien compenetrados.

Ricardo, en cambio, como la vida le había dado muchas bofetadas en la vida, aún vivía en esos tiempos en los cuales, la soledad y la desesperación le habían carcomido parte de su vida. Residía en su pequeño estudio, que aún estaba lleno de esas pequeñas estrellas que en aquel entonces le hicieron brillar, y entre esos papeles, proyectos y otros menesteres, tenía un panel en el cual dejaban relucir las largas y violentas críticas de aquellos años pasados, firmadas por un tal Carlos Altaja, su gran competidor, en el mundo de la crítica, en el mundo en sí.

Aunque ni uno ni otro supieran que algún día sus caminos se cruzarían. Pasaron unos cinco años, como viento que, vertiginosamente, deja paso a grandes principiantes y ocaso a otros tantos veteranos.

Mientras Ricardo se encerraba en su estudio, tramaba una manera para dejar boquiabierto al mundo de hoy en día, a un mundo vanguardista, que daba paso a muchas otras “obras de arte” como neveras vacías que en su interior solo se podía descubrir legumbres podridas, o un cubo de basura con muchas rosas mustias. Él en cambio pensó en coger mucho laxante y, a su vez para quitar el mal olor, usar elementos químicos que disimularan un poco el mal olor. Era un paso para demostrar que tanto el arte como las otras muchas cosas que eclipsaban galerías de arte no era más, que mera y burdamente dicho, un coctel de vulgaridad, y muchas veces absurdos pretextos que hombres simples pueden hacer. Era su punto de vista, y nadie se lo iba a quitar.

Por otro lado a Carlos no le iba nada tan bien como esperaba. La vida le jugó una mala pasada, eso dio paso a su divorcio, se tiró al mundo de las apuestas de cualquier cosa, perdiendo así, mucho dinero del fondo familiar. Su hijo Miguelito ya no veía un padre en él veía al ogro que siempre tuvo, pero que nunca quiso ver. Su mujer, cansada de ser el segundo plato de “amiguitas”, drogas y otros tantos vicios que dejó atrás muchas veces. Atrás quedaron los tiempos gloriosos donde era reconocido como persona de alto standing. Una vez se miró en el espejo, y viendo que ese no era su reflejo, decidió volver al mundo donde perteneció para volver a brillar, allá alto en el cielo, haciendo lo que siempre se le dio bien, criticar a los demás.

Al cabo de unas cuantas semanas, coincidieron los dos polos opuestos, uno retraído por las desgracias, el otro intentando ocultar su felicidad ante la desesperación del otro. Pero eso no bastó, y Ricardo le tuvo que pasar un papel en mano donde le invitaba a su exposición, que volvía a exponer después de casi quince años. Carlos no pudo más que hacerle un gesto de asentimiento, y le sonrió, admitiendo así que se presentaría en ella.

El crítico nunca se pudo imaginar que el criticado sería él, pero dejaron pasar dos meses, para que Ricardo pudiera acabar su trabajo. Al cabo de ese tiempo, sus vidas se volvieron a cruzar.

De entre los muchos cuadros que se podían apreciar, todos tenían un tono de color marrón, otros en parte, tenían un tono rojo muy claro, se exhibían encima de taburetes, mujeres desnudas enfundadas con barro, todas enfangadas, en protesta de la madre tierra, esa madre que según decía el tríptico de la galería, el artista deja ver muy claramente estos tonos marrones para llamar la atención del espectador, es una clara y brillante crítica a la madre tierra. Carlos no le hizo mucho caso al prospecto, cuando de pronto, se encontró con un cuadro que no le cuadraba, de entre los tonos marrones, aparecían relieves hechos con papel, papel que él, personalmente conocía bastante bien. Al pie del cuadro rezaba a la atención de Carlos Altaja y en letra pequeña había en letras pequeñas, un texto que rezaba las raíces de un crítico como tú.

Entonces Carlos se derrumbó entendió que esos trozos de papel, esa sangre, ese compuesto era algo más que una simple obra maestra, era su vida plasmada como nadie nunca se lo había querido decir, ni describir. Le vinieron a la mente, las primeras críticas, y después de tantos años recordó el nombre de Ricardo Amortaja, y que por su culpa, quedó en el anonimato durante diez años. De sus ojos levemente empezaron a caer las primeras lágrimas, y descubrió que muchas veces la vida te da la espalda por culpa de burdas maneras de pensar. Él en cambio envió a muchos al olvido, otros a la desesperación, y otros aún hoy en día tenían éxito, entonces entendió que desde un principio, había estado jugando a criticar una mierda.

1 comentario:

mariloli dijo...

siendo yo una seguidora de diferentes estilos al que dicen ser "arte", veo muy acertada la visión a la que se da a ese mundo del que en realidad los "artistas" se ríen de los que los contemplan diciendo que muestran algo diferente y que en realidad solo es basura eclipsada por un nombre famoso.