viernes, 22 de agosto de 2008

Conóceme XXIII

P

edro, por otra parte, empezaba a enseñar su lado más humano. Tenía bajo su tutela a un hermano con el síndrome de Down t unos padres ya mayores que cuidar, pero no obstante, no solo era eso. Pedro también se planteaba el dar un giro en muchos aspectos de su vida. Por ejemplo, quería de veras el conocer a una chica, no la típica que se puede encontrar en un bar para olvidar lo mal que le ha ido pasando el día, ni lo mal que lo pasa con su marido en casa. Lo que Pedro estaba a años luz de cambiar era su manera de hablar.

Creo que el primer paso fue el más importante para él, en cierto modo todo empezó, una mañana de Abril, después de hablar conmigo mientras estaba en el baño. Al día siguiente me mintió diciendo que se iba a ir a grupo de alcohólicos anónimos y cosas por el estilo y en realidad se iba de escondido a ver a su hermano Jonás. Tengo una coas que decir, no pongo paréntesis pero lo diré del mismo modo, Pedro, sí, ese guarro que tenía por compañero de piso, como dije antes era un padrazo y si le dejan a un muchacho como Jonás, pues bueno haceros una pequeña idea.

La relación que tenía con su hermano, era como la que tenía con la mayoría de la gente, o sea mala, pero solo tenía que trabajarla un poco. Dentro de lo que sé, por muy buena tinta, su padre, es que los primeros días de verse después de mucho tiempo sin tener contacto, fue de no conocerse. Estar uno enfrente del otro sin decir nada, simplemente mirándose. Rompió la veda el primero que rió. Según su padre esto es un comportamiento de aproximación más humano de lo que parece, aunque había otros aspectos dentro de la vida que no eran tan humanos, que ya iremos viendo durante la historia de Pedro.

También estoy barajando la posibilidad de que igual me meto donde no me llaman, de que Pedro esconde algo más, ahora en este momento no lo sé, pero sí que esconde, como siempre.

Su padre fue muy bueno conmigo a la hora de explicarme todo lo que pasó al tener que criar a Pedro. Yo en cambio le mentí desde un principio diciéndole que Pedro me hablaba mucho de ellos, cuando en realidad los daba por muertos. Un día me invitaron a cenar, para contarme de esas historias que suelen contar los padres para que los niños se vayan a dormir. Ya me entendéis, de esas historias que una vez te las cuentan te quedas pensando “joder, que bien vivimos ahora” o cosas por el estilo.

-Verás yo desde muy joven he tenido que trabajar ¿en qué trabajabas tú, Armando?

-De lo que va saliendo, más o menos, no tengo rumbo fijo.

-Eso es bueno, hasta que el rumbo te lleva a la ruina- se puso a reír-, no en serio, yo tuve temporadas en las que no hacía mucho más que tú. Pero también hay que decir una cosa, los tiempos eran muy diferentes a los de ahora. Por ejemplo, por poner algo sobre la mesa, yo antaño trabajaba en una relojería, oh si, esta historia es muy buena ¿verdad que sí Jonás?- Jonás rio en plan de saber de que hablaba, hacía gracia verlo reír, tenía una cara de alegría que no era muy común, mostraba todos sus dientes como si fuera forzado, pero todos en la mesa sabíamos que era su manera de ser, todos, claro está, menos Pedro que estaba mirando para otro lado, como si para él no fuese la cosa-. Todo empezó en el año… permitidme no decir el año, que entonces me acuerdo de lo viejo y débil que me he vuelto y me entra la nostalgia.

“Yo tenía dieciséis años, todos y cada unos de esos años bien vividos por el momento, pero claro las cosas no iban bien para nadie y mis padres al tener casi diez hijos, digo casi porque a Pedro, mi hermano menor bueno el que iba detrás de mí, murió al poco de nacer por pulmonía. Lo que iba diciendo, mis padres estaban desesperados porque no sabían cómo pedirnos las cosas, muchas veces hasta que no nos ofrecíamos no abrían boca, pero eran mayores y lo hacíamos sin rechistar, no como ahora- miró con gesto agresivo la cara de Pedro que no estaba prestando mucha atención-, pero claro el tiempo pasaba, las guerras con ellas, la mayoría se iban, pero claro, todo vuelve a empezar y era un sin vivir.

“La única atracción que teníamos por aquel entonces, era ir a mirar la vieja relojería del señor Vidal, que en paz descanse. Era una relojería que brillaba de tanta ilusión, fascinación y por qué negarlo, estaba Clara Vidal quien también era buena para hincarle el diente, era una sobrina o algo así, pero era el resplandor de la tienda, dentro de esa atmosfera, solo había una cosa que podía acallar a esos tic tac a la inmensa nada, y esa era ella. No os voy a negar que al verla, en vez de pasar una vez, como hacía normalmente, pasaba mañana, tarde y cuando cerraban sobre las nueve de la noche. Era un espectáculo espléndido, lleno de magia a su alrededor. Tenía unos ojos verdes que brillaban al resplandor del sol y un cuerpo que dejaba amarillenta cualquier porcelana, era una princesa que debía tener poco menos de dos años más que yo. Seria, atenta, guapa… lo tenía todo, incluso novio. Rodrigo, era el típico chico que siempre entra en bronca por cualquier cosa, pero estaba con ella, en estos casos me entran ganas de comparar a un monstruo guardando un preciado tesoro, pero hice algo mejor.

“La guerra seguía en auge y mis padres cada vez más pobres, yo no tenía nada que perder y mucho que ganar, así que un día de buenas a primeras, en mi paseo, me acerqué a la relojería y me encaré al señor Vidal, diciéndole que quería entrar a trabajar, por mucho que fuera de limpia agujas o algo por el estilo, lo que quería desde niño era entrar en una relojería, no dije nada de la sobrina, no fuera cosa que tirara las cosas al traste. Vidal me miró de reojo como si me conociera de antes, supongo que me tendría visto de por enfrente del escaparate, o ¿Quién sabe si la señorita Vidal le había hablado ya de mí? No era probable, pero dieciséis años dan mucho para la imaginación y yo no podía ser menos. Pero el señor Vidal me aceptó como ayudante, no me quejé aunque tuviera que llevar cajas y más cajas llenas ¿Qué digo llenas? Repletas de relojes, pero me era indiferente, estaba al lado de Clara Vidal.

“Al principio no me hacía mucho caso, porque claro, una chica de dieciocho años, hablando con uno de dieciséis, que vergüenza que los emparejaran, así que primero se hizo la esquiva, pero cada día era una apuesta para mí, así que cada día me presentaba bien peinado enfrente de la relojería y con una flor en la solapa de mi camisa de los domingos, que se convirtió en la del día a día, pero claro hasta que pasaron unos tres meses ella no empezó a dirigirme la palabra, bueno perdón dirigirme la palabra no, si no que me mandaba hacer las tareas más sucias, como por ejemplo, limpiar y engrasar las agujas de los relojes de cuco o los de pulseras. Yo era inexperto, así que siempre acababa manchándome entero. Ella reía y yo, en cambio, maldecía sinceramente, porque sabía que al llegar a casa mi madre me esperaría con la cuchara de madera para darme con ella en la cabeza, pero como se volvió tan habitual, acabó esperando con el jabón en mano y eso me cabreaba mucho más aún.

“Pasaron los meses para que fueran años, Clara dejó de lado al arrogante de Rodrigo y os puedo asegurar que eso me abrió muchas puertas, porque yo estaba allí para apoyarla, me hacía el hombre, cuando puedo asegurar que al estar a su lado me temblaban las piernas y el corazón me latía, que parecía que iba a salirme del pecho. Hasta que un día me atreví y os puedo asegurar que pasaron meses, incluso años, pero al final lo hice.

“Era una noche en la cual nos quedamos Clara y yo solos, el señor Vidal ya presentaba los primeros rasgos de vejez en su cuerpo y salía antes, así que lo hicimos de gusto. Nos quedamos solos, en una penumbra repleta de tic tac, donde se puede decir que camuflaba el latir de mi corazón, estaba muy nervioso y no sabía si seguir o salir corriendo, pero ya que estaba me arriesgaría. Los dos nos quedamos mudos, ella, porque siempre me había visto como un niño al que cuidar y yo porque la veía como una obra de arte a la que no gozaba tocar por si se rompía. Pero, os puedo asegurar que, aunque me temblaran hasta las pestañas di el primer paso hasta tropezar y caer delante de sus pies. Ella me cogió con delicadeza, como cuando cogía un pañuelo de seda. Me levanté con todos los restos de grasa y polvo que cogía el taller, que os puedo asegurar, no era poco, pero ella me lo quitó con un trapo que llevaba en el bolsillo del delantal. Me quitó casi toda la grasa de la cara hasta que me dieron el primer beso, ahora han pasado cincuenta, casi sesenta años y aún sigo con Clara Vidal ¿Qué te parece chico?

Lo cierto es que el final nos lo esperábamos todos, aunque también tengo que decir que era emotivo de veras, el ver el resplandor que tenía el padre de Pedro en los ojos al contar la historia.

-Ahora, hoy en día quiero decir, no se oyen historias de esta magnitud, todos jugáis con los móviles y respetáis mediante e-mails, pero os cuento esa historia para que veáis que hay historias que no solo se hacen famosas por las películas, si no que son verdaderas, y que podrían volver, como el pasodoble o el tango.

-Papá no le pidas peras al olmo. Estás anticuado, no hay más.

-Anticuado o no, soy persona igual que tú, porque tú, aunque lo quieras negar también te emocionaste la primera vez que te vio Jonás ¿no te lo ha contado Armando?- negué con la cabeza, porque en cierto modo yo pensaba que estaba en grupos de alcohólicos anónimos o cosas de estas, cuando en realidad estaba cuidando de su hermano discapacitado, en cierto modo sí que tenía sentimientos.- Pues mira todo empezó…

-Espera papá a que comamos ¿no ves que Armando tiene hambre? Y si no la tiene, yo la tengo por él.

-Perdón por mis modales, es que no estoy muy acostumbrado a que sean tan callados.

-No, tan callados no, lo que pasa es que no le has dejado hablar.

La madre, Clara que es como se llamaba nos trajo una cacerola de barro donde contenía unas sopas mallorquinas muy difícil de olvidar, puesto que estaban para chuparse hasta los dedos de los pies, por lo que luego me enteré, receta familiar. Comimos, para no engañarnos, bastante callados, porque entre que, las sopas estaban buenísimas y que ya se dijo todo antes de comer, pues lo cierto es que estábamos repostando para la siguiente historia del padre de Pedro. Antes de que termináramos, el padre de Pedro ya me estaba mirando en plan “no te escapes que aún no he terminado contigo”, me sonreía, de lejos me sentía como un objeto, pero me daba cuenta que era con uno de los pocos con los que podría hablar de ese tema, bueno de cualquier tema.

Al acabar el postre, Jonás se puso al lado de su padre y él empezó a contar su historia:

-La primera vez, después de muchos años, que se vieron tanto Jonás como Pedro, fue un momento, por no romper tanto sentimentalismo, conmovedor. Pedro, como siempre ha huido de ser tan humano como los demás, dice que mientras esta en el cuarto de baño tiene que tirar los sentimientos por el retrete, sé que aún lo hace, así que no intentes negarlo. Y Jonás por otra parte, parece mentira que aún no comprenda que su hermano, siempre ha estado buscando excusas para no verlo, pero el destino, cambio el rumbo, al que tú te referías antes Armando.

“Todo fue una mañana en la que llamé a Pedro, le comuniqué que estaba ya muy viejo y que, en cierto modo, me queda poco tiempo para disfrutar de buena compañía, necesito a alguien con quien hablar, a quien contar mis historias y sobre todo, a alguien que quiera escucharlas. Bueno paréntesis fuera. La historia fue la siguiente:

“Llamé a Pedro porque me sentía mal, pero claro él como es tan terco, pues no se atrevía a venir, porque tenía miedo a enfrentarse con lo que se podría encontrar al venir a casa, un hermano rencoroso, una madre que no le hablara o Dios sabe qué, pero el caso es que se presentó al poco tiempo de hablar contigo. Eso ayudó bastante a nuestra familia. Y lo último que necesito ahora son sobresaltos, morros y malas caras, simplemente quiero que se lleven bien.

“En parte le mentí, porque como puedes ver, estoy hecho un chaval- tosió varias veces, la última incluso pude ver que dejó sangre en la comisura de la boca- bueno, vale un chaval con un catarro fuerte. Pero lo que vine diciendo, Pedro vino aquí a casa y el primero que abrió la puerta fue Jonás. Te puedo asegurar que el tiempo, por un momento, el aleteo de un colibrí, se paró dejando caer esa máscara que los hizo separar durante tantos años. Desde ese día mi Pedro nos ayuda en todo lo que puede y no lo hace de mala gana ¿a que no Pedro?

-Sois mis padres, por muy pesados que seáis, sois mis padres os tengo que acompañar, ayudar o lo que sea.

-¿Ves? Este es mi chico.

Jonás aplaudió mientras reía al compás de la alegría que envolvía el momento. Y con esto yo creo que ya he contado el panorama que tiene Pedro en sus “grupos” de ayuda.

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