viernes, 29 de agosto de 2008

Conóceme XXVI

R

icardo, por otra parte, se tomaba las cosas en calma, y es que al tener un piso propio sus padres no es que se metieran mucho en su vida, simplemente se veían cuando él lo necesitaba de verdad. Su padre era, el típico padre que no entendía las nuevas tendencias de la homosexualidad, las tomaba como objetos del diablo, cosas de herejes que tan solo servían para acabar en el infierno, con mucha más gente como él. Su madre, por otro lado, era la típica madre que protegía a su hijo, fuera en lo que fuera, todo son halagos por parte de ella hacia su pequeñín, por eso no los veía mucho, porque se agobiaba, solo pensando lo que pasaría si iba a casa de sus padres. Pero claro todo cambia y, también tenía que ir a decirles a sus padres que había salido del armario con los brazos bien abiertos.

Me llamó al móvil, para que lo acompañara o por si necesitaba que les explicara algo que no entendieran, yo que sé, simplemente no me acuerdo. Pero sí, que me marcó, que al poco de llegar, lo primero que viera, fuera a su padre acariciando la escopeta con la que iba a cazar liebres, codornices y otras muchas cosas de esas que se mueven por los campos, yo como soy urbanita, no me quites el ordenador porque si no, no te sabré hacer una O con un canuto. Me impresionó en parte porque hacía mucho tiempo que no lo veía, los años tampoco es que lo cambiaran mucho, ya sabéis, menos pelo, más peso, menos ganas de hablar con nadie y más ganas de discutir por el tiempo o discutir en sí, sin ningún motivo. A la madre no la vi aparecer hasta que sacó del horno las magdalenas que tenía preparadas para nosotros.

-Ricky, cuánto tiempo, menos mal que me llamaste, mira Arsenio ha venido nuestro Ricardo ¿no te gusta la idea?- el padre no tenía palabras cariñosas que soltar en ese momento y lo único que hizo fue, una especie de gruñido que supongo, quería decir “hola” o algo por el estilo. La madre se acercó donde estábamos y nos susurró- es que se ha peleado en el bar con Anselmo, ya sabéis, ese que siempre está bebiendo y molestando a los demás, pues hoy se ha metido contigo y tu padre le ha dado una buena zurra.

-¿Cómo se ha metido conmigo?

-Según dice tu padre, Anselmo solo hacía que repetir que nuestro hijo era un sarasa de mierda que le gusta ir disfrazado de señora- se echó a reír- que cosas tiene la gente, hay algunos que tienen una imaginación.

Ricardo me miró de reojo y en seguida lo entendí, iba a ser más difícil de lo que aparentaba en un principio, sus padres no entenderían nada y, a mi me tocaría explicar lo que significaba cada cosa. Que planazo por Dios.

Nos sentamos en la mesa del comedor, en una mesa que cabían seis personas, pero que solo ocuparíamos cuatro asientos. La madre estaba tan emocionada que incluso sacó la vajilla buena, la de la boda, para que vieran que tenían clase. Aunque los conocía desde hacía años, nunca me habían tratado tan bien y lo cierto es que me sentía raro, porque me observaban hiciera lo que hiciera. Hasta que la madre no rompió esta especie de silencio no se dijo nada.

-Ricardo, cariño ¿Qué es lo que querías comentarme? Ya sabes cuando hemos hablado por teléfono, parecías preocupado ¿no estás bien hijo mío? ¿Qué te pasa?

-No, mamá estoy muy bien, simplemente os quería ver, hacía tiempo que no sabía de vosotros.

-Si hombre, y los sapos tienen pelo en los sobacos, no te jode- su padre, como podréis ver era más escéptico según el momento en el cual se encontraba, ese día estaba mal por la pelea en el bar, pero la pagaba con todo el mundo- que ¿Qué coño quieres? Si es dinero olvídate, tu madre fue de rebajas, no hace falta decir mucho más.

Cabizbajo me miró y en seguida, como quien suelta una palabrota sin querer en un sitio que no toca Ricardo dijo:

-Papá, mamá. Sé que esto igual suena un poco duro, pero quiero que sepáis que me gustan los hombres.

El cuadro que vino a continuación, fue el siguiente. La cara del padre se quedó blanca como la tiza, por no reaccionar, estuvo dos minutos a lo sumo sin pestañear. La madre por otra parte le empezó a preguntar a ver si le gustaban los mismos chicos que a ella, como si fuera una reunión de marujas. Yo estaba esperando aún la reacción del padre, pero este seguía sin abrir boca, perdón, sin cerrar boca, se quedó literalmente boquiabierto por la noticia. Pero no duró mucho el tema, un pequeño lapso de tiempo porque acto seguido de este pequeño paréntesis, despertó de cual sueño y me miró fijamente, para luego mirar a Ricardo.

-Hijo espero que este de aquí, no sea el que te dé por culo.

-No papá, este es simplemente un amigo que me acompaña, según la reacción que hubierais tenido tanto mamá como tú.

-De acuerdo, porque si no si que te los buscas feos- dijo la madre de Ricardo, que a la vez pensé, estas más guapa calladita señora León ¿por qué no hace bien, e intenta meterse la lengua en el culo? Pero claro, la euforia del momento- ¿sabes desde cuando lo sabíamos Ricardo?

-¿Desde cuándo?- preguntamos los dos, es que ya puestos a preguntar, pues se pregunta, la curiosidad me podía.

-Esto lo quiero contestar yo, por favor cariño, déjame que le diga a tu hijo que le cuente desde cuando lo sabemos, me hace ganas- la madre calló, para dar paso a un padre emocionado- Sabemos que te gustan los chicos desde que tu madre te daba el pecho, porque preferías un buen biberón a una buena teta.

-Arsenio eres grosero con ganas, aunque sea verdad no le digas esas cosas a tu hijo en público.

-De acuerdo, lo siento, mea culpa. Pero hijo si me he quedado blanco, si por un momento has pensado que me importaba que salieras con chicos, no pases pena que tu tío también lo es, es más de pequeño siempre me metía con él por el dichoso tema de las muñecas. Y me dijo un buen día, en el que nos casamos tu madre y yo, que el primer hijo que tuviera saldría como él, yo en ese momento no le creí, pero al nacer tú, había cosas muy raras, como por ejemplo lo del pecho, entonces lo entendí. Bueno eso, y que tu tío también frecuenta el mismo bar de ambiente que tú, lo llaman la orquídea blanca y va disfrazado casi siempre de cisne.

-¿Ese es el tío Arturo?

-El mismo.

Vaya, vaya de lo que se entera uno.

-Además que me he quedado de piedra cuando has venido con este chico, porque cuando vamos de restaurantes y tal, siempre te fijas en los camareros más cachas. Y no en chicos normales y corrientes.

-Papá que me estoy poniendo rojo, que yo tengo pareja, o al menos intento tenerla, mira se llama Héctor y es culturista- se sacó la cartera para enseñarle una foto que llevaba en ella y la mostró a sus padres- mirad que guapo es mi niño.

-Sí, es cierto que es guapo, ya me gustaría tener uno así para mí- dejo caer la madre- pero todos sois o casados o maricones. Que gracia cuando lo cuente en la peluquería ¿Por qué supongo que lo podré contar no?

-Claro, y también lo puedes sacar en el periódico, si quieres, poniendo con letras grandes “Ricardo León es un maricón”, creo que ya está bien de fingir.

Yo, en realidad aún me pregunto qué hice en esa cena, porque empezaron a hablar como cotorras y no pararon hasta bien entrada la noche. Fue emotivo el ver que todo el miedo que pasaba Ricardo era simplemente una máscara para que nadie viera como era en realidad, una máscara que se podría haber quitado desde hace muchísimo tiempo atrás, porque fuera donde fuera, lo respetaban como persona.

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